La pérdida del olfato y el gusto en la COVID-19

Las investigaciones están aportando nuevos datos sobre la alteración de estos sentidos y sobre posibles tratamientos para recuperarlos.

Por Joaquim Mullol, Isam Alobid y Concepció Marin

El olfato y el gusto desempeñan un papel importante en nuestra vida diaria. Nos ayudan a identificar y seleccionar los alimentos, influyen en la cantidad y composición de los nutrientes que ingerimos y contribuyen a la detección de sustancias putrefactas y potencialmente tóxicas. Además, intervienen en el disfrute de los alimentos y los aromas, en las relaciones interpersonales y en la calidad de vida en general.

A pesar de su relevancia, la alteración de estos sentidos ha recibido tradicionalmente una atención insuficiente por parte de la comunidad médica y científica, quizá porque se han considerado trastornos con efectos poco importantes o por la ausencia de tratamientos. Sin embargo, cada vez hay más pruebas de que estas disfunciones afectan la calidad de vida y deterioran la salud al provocar ansiedad, alteraciones alimentarias y de peso, y depresión. Además, los trastornos del olfato se han relacionado con algunas enfermedades neurodegenerativas, como el párkinson.

Si bien cada vez se reconoce más la importancia de las disfunciones olfativas y gustativas, su verdadera frecuencia en la población general no está clara. Ello se debe a que las estimaciones varían notablemente según la población analizada, el modo de definir las disfunciones y la técnica de evaluación utilizada. Aun así, se calcula que, de forma global, la pérdida del olfato afecta a una de cada cinco personas, siendo total (anosmia) en una de cada 300.

En el contexto de la epidemia mundial de COVID-19, los trastornos del olfato y el gusto han atraído la atención de la población y de los especialistas sanitarios, por la difusión que han hecho los medios de comunicación y por el aumento del número de estudios que destacan la relevancia de esos síntomas en la enfermedad. Incluso algunos investigadores han propuesto que la pérdida repentina, grave y aislada del olfato o del gusto, en ausencia de otros síntomas y de otras enfermedades, debería alertar a las personas y al personal sanitario sobre una posible infección por coronavirus, o utilizarse como una herramienta para diagnosticar la enfermedad.

A continuación, analizaremos los datos disponibles sobre la frecuencia de la pérdida del olfato y el gusto, tanto en la población general como en los pacientes de COVID-19, los mecanismos neurobiológicos que sustentan estos síntomas y las estrategias terapéuticas disponibles para recuperar dichos sentidos.

¿Cómo percibimos los olores y los sabores?

Las sustancias odorantes llegan, a través del aire inspirado, a la parte superior de las cavidades nasales, donde existe una hendidura o surco que alberga el epitelio olfativo, también conocido como mucosa olfativa. Este tejido nervioso, que ocupa una superficie de entre 8 y 10 centímetros cuadrados, aloja entre 5 y 30 millones de neuronas receptoras, las responsables de captar y transmitir al sistema nervioso las señales olfativas. En concreto, las moléculas olorosas activan dichas neuronas al unirse a unas proteínas receptoras situadas en su membrana plasmática. La activación de las neuronas se traduce en señales que llegan al bulbo olfativo, otro tejido que integra dicha información y la comparte con distintas estructuras del sistema nervioso central. Esta alcanza primero los centros de la memoria (hipotálamo) y de la alarma inmediata (sistema límbico), y desde ellos llega por último a la corteza cerebral, donde se adquiere la consciencia de la percepción olfativa.

Fuente: INVESTIGACIÓN Y CIENCIA

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