Un análisis de la influencia de estos grupos en redes sociales muestra que la oposición a las vacunas es minoritaria pero tiene gran alcance, sobre todo entre las personas indecisas.
Por Philip Ball
Mientras los científicos se afanan por conseguir una vacuna contra la COVID-19, un pequeño pero ferviente movimiento antivacunación ya se está movilizando en su contra. Sus narrativas son extravagantes: han llegado a decir que la vacuna contra el nuevo coronavirus se aprovechará para implantar microchips en las personas, o a difundir falsamente que una mujer que participó en un ensayo de vacunación en el Reino Unido acabó falleciendo. En abril, algunos de los participantes en las manifestaciones que tuvieron lugar en California para protestar contra las medidas de confinamiento portaban pancartas con lemas antivacunación. Y hace unos días, un vídeo ya eliminado de YouTube que promovía asombrosas teorías de la conspiración sobre la pandemia y que afirmaba sin pruebas que una vacuna «mataría a millones de personas» recibió 8 millones de visitas.
Nadie sabe cuánta gente acabaría realmente rechazando una vacuna contra la COVID-19, y en líneas generales el apoyo a las vacunas continúa siendo alto entre la población. No obstante, algunos investigadores han mostrado su preocupación por el hecho de que los grupos antivacunas puedan minar los esfuerzos para lograr la inmunidad de grupo frente a la COVID-19. En Internet, los movimientos antivacunas han sido rápidos a la hora de dirigir su atención a la pandemia, explica Neil Johnson, físico de la Universidad George Washington que ha estudiado las tácticas de estos activistas. «Para muchos de estos grupos, ahora todo gira en torno a la COVID», alerta.
Los grupos antivacunas son pequeños. Pero, según un trabajo reciente del grupo de Johnson, su estrategia de comunicación en línea es preocupantemente eficaz y de gran alcance. Antes de la crisis provocada por el SARS-CoV-2, su equipo ya había comenzado a cartografiar las opiniones relativas a las vacunas en Facebook. Para ello, analizaron las conexiones de más de 1300 páginas que, en conjunto, congregaban a 85 millones de seguidores.
Sus resultados, publicados el pasado 13 de mayo, sugieren que las páginas de los grupos antivacunas tienen en líneas generales menos seguidores que las de los grupos provacunación. Sin embargo, son más numerosas y reciben más enlaces a través de discusiones en otras páginas de Facebook (como las de asociaciones de madres y padres de alumnos, por ejemplo) por parte de personas que no tienen clara su postura al respecto. En contraste, las páginas que explican los beneficios y los argumentos científicos a favor de las vacunas formarían parte de una red que permanece en buena medida desconectada de ese «campo de batalla» por el sentir público sobre la vacunación, explica Johnson.
Los investigadores señalan que, durante los brotes de sarampión de 2019, las páginas de Facebook de los grupos antivacunas ganaron más enlaces que las de los grupos provacunación. Así las cosas, una extrapolación de las tendencias actuales mediante simulaciones por ordenador sugiere que, de aquí a diez años, la oposición a las vacunas podría dominar la red de opiniones al respecto, escriben los científicos.
El trabajo muestra que «la comunidad provacunación está básicamente aferrada a su propia narrativa y solo habla entre sí, pero ni se extiende ni da respuesta al discurso que reina entre las personas indecisas», apunta Heidi Larson, directora del Proyecto para la Confianza en las Vacunas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.
La cuestión no se limita a Facebook. El 1 de abril, el equipo de Johnson hizo público un estudio preliminar sobre mensajes en línea relativos a la COVID-19. Dicho trabajo, que todavía no ha sido sometido al proceso de revisión por pares, revela un aumento en el número de enlaces en distintas redes sociales entre los grupos antivacunas que discuten sobre la COVID-19 y otros grupos, como los de extremistas de extrema derecha.
Contrarrestar la propagación de los mensajes antivacunación requerirá entender no solo la estructura de tales conexiones en línea, sino también cómo han llegado a adoptar su forma actual, sostiene Bruce Gellin, presidente de inmunización global del Instituto de Vacunas Sabin, en Washington DC. «Tenemos que comprender qué tipo de conversaciones y contenido [contrario a las vacunas] hace que la gente escuche y los comparta», añade.
Mensajes dispares y emotivos
Los grupos provacunas tienen un mensaje simple: las vacunas funcionan y salvan vidas. Pero la narrativa antivacunación es mucho más variada: va desde sembrar preocupaciones por la salud de los niños hasta defender medicinas alternativas y vincular las vacunas a teorías de la conspiración. Y tales mensajes se difunden a través de muchos más grupos de Facebook que los procedentes de los grupos provacunas, por más que estos sean mayores. Johnson señala que tales características son similares a las que su grupo ya encontró en el pasado sobre redes de insurgencia en zonas en conflicto, donde los grupos insurgentes podían acabar permeando profundamente otras redes sociales.
Los grupos antivacunas suelen ganar adeptos con mensajes personalizados y emotivos, argumenta Larson. Estos no se basan necesariamente en el miedo («las vacunas te matarán»), sino también en apelaciones a los sentimientos («¿amas a tus hijos?»). Mientras tanto, añade la experta, las campañas de salud pública se han limitado a intentar vacunar a más personas, lo que puede acabar dando la impresión de que solo buscan aumentar sus números. «El enfoque debería ser muy otro con aquellas personas que están indecisas», apunta. Las organizaciones que promueven la vacunación «no escuchan sus preocupaciones y preguntas».
En general, la mayoría de las personas apoyan la vacunación, señala Gellin, y es probable que también lo hagan en lo referente a la actual pandemia. Con todo, las tasas de vacunación mundial se han estancado en las últimas dos décadas, indica Larson. Tanto a ella como a Gellin les preocupa que otro motivo de sospecha sobre una vacuna contra la COVID-19 sea la velocidad de su desarrollo. «Debemos ser muy claros y transparentes sobre el proceso», observa Gellin. «De lo contrario, cuando aparezca la gente se preguntará cómo puede estar segura de que no se tomaron atajos».
También será necesario pensar con cuidado el mensaje en torno a una futura vacuna. Si para cuando esta llegue hay menos infecciones de COVID-19, puede que sea difícil convencer a la gente, dice Larson. «Lo que va a cambiar la opinión de muchas personas es que el Gobierno diga que, si tienes la vacuna, puedes ir a trabajar», concluye la investigadora.
Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Nature Research Group.
Referencia: «The online competition between pro- and anti-vaccination views»; Neil F. Johnson et al. en Nature, publicado en línea el 13 de mayo de 2020.
Publicado originalmente en Investigación y Ciencia