La celebración del nacimiento de Newton se ha convertido para amantes de la ciencia y no creyentes, en una interesante excusa para justificar las celebraciones navideñas. Pero ¿es realmente el 25 de diciembre la fecha correcta para celebrar la «Newtondad» (como la llaman algunos)?; aún más ¿es la celebración cristiana del 25 de diciembre realmente la celebración del nacimiento del Jesús de la Biblia?
Aunque este parece un tema ya bastante trillado, las referencias a la Newtondad son todavía tan frecuentes que un artículo aclarando nuevamente el tema no le hace daño a nadie; mucho menos si al hacerlo repasamos algunas curiosidades interesantes sobre el calendario y su relación con las festividades de la temporada navideña.
Repetir los mismos chistes en redes sociales sobre la navidad durante estos días del año, se está convirtiendo en una tradición tan arraigada como las del pesebre y los villancicos. Uno de los chistes que más disfrutamos los amantes de la ciencia dice algo como:
El jefe pregunta a uno de sus empleados: «Joven, usted que no es creyente y no celebra la navidad, por qué no viene el 25 de diciembre a trabajar».
El joven responde sin demora: «no puedo jefe; ese día estaremos reunidos con mi familia celebrando el natalicio de Isaac Newton».
Al respecto les tengo una noticia mala y una buena.
La noticia mala es que la fecha «exacta» de la celebración del natalicio de Newton es realmente el 4 de enero. Tampoco es correcto pensar en el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento del Jesús de la Biblia. Lo único realmente correcto es entender que el 25 de diciembre se celebraba en Roma el solsticio de invierno y la tradición adquirió un tinte cristiano entre los creyentes de la temprana edad media.
La noticia buena es que para entender esto hay que repasar un par de cosas interesantes sobre la historia del calendario y sobre Astronomía. La historia de cómo la celebración del nacimiento de Newton (o «Newtondad» como la llaman jocosamente en redes) se confunde con la celebración cristiana del nacimiento del Jesús de la Biblia, y como está en realidad es una celebración romana asociada con el movimiento del Sol en el cielo, nos enseña además cosas interesantes sobre la razón por la cual celebramos la navidad por estos días.
Nombres y apellidos del tiempo
El calendario es el sistema que han inventado casi todas las culturas en la historia para ponerle “nombre” al tiempo. Los Mayas, por ejemplo, llamaban a cada día, prácticamente con un nombre distinto. En occidente, y en especial después de la tradición romana los días tienen nombres compuestos: “25 de diciembre de 2018”.
Estos nombres se determinan usando ciclos astronómicos: “25”, el día, depende de la rotación periódica de la tierra; “diciembre”, el mes, estaba originalmente determinado por las fases de la Luna; y “2018”, el año, marca el número de vueltas que ha completado la Tierra alrededor del Sol desde una época específica
Pero hay otros períodos astronómicos y naturales que no se ajustan tan fácilmente a este sistema de nombres basados en la rotación, en la traslación de la Tierra o en las fases de la Luna. El más importante de todos es el de las “estaciones”
Las estaciones se producen por el lento cambio de la posición del Sol respecto a la “mitad” del cielo, o ecuador celeste. A medida que pasan los meses el Sol se mueve al norte o el sur del ecuador. En tiempos modernos alrededor del 21 de diciembre, el Sol sale y se pone por el horizonte en el punto más al sur de todo el año. Al contrario, el 21 de junio lo hace en el punto más al norte. Este cambio es justamente el que hace que en unas épocas del año el Sol entre de una manera por su ventana y en otras lo haga de una manera distinta.
En países de latitudes altas y bajas (fuera de la franja tropical), este cambio hace que el día dure más (y haga más calor) o menos (y haga más frío). De allí la razón por la cual las estaciones están popularmente asociadas al clima y no a la astronomía, donde tienen realmente su origen.

Diciembre, el décimo mes
El mes en el que celebramos la navidad tiene un nombre curioso. El nombre “diciembre”, viene de “diez” y no del “doce” que es el número del mes en el calendario moderno ¿por qué es eso?
En la antigüedad y en casi todas las culturas de la Tierra, el año “civil” comenzaba normalmente cuando el Sol estaba en un punto intermedio del cielo, ni al norte, ni al sur (equinoxio lo llamamos hoy). En el hemisferio norte (donde viven casi todos los seres humanos) ese momento coincidía con el final del período más frío del año (hoy lo llamamos invierno) y el inicio de un período de transición hacia un período cálido (hoy lo llamamos primavera).
En tiempos pre romanos, se llamaba a la primera lunación del año (mes), marzo o martius en latín (en honor a Marte, dios de la agricultura, la fertilidad y la guerra). A martius le seguían aprilis (2), maius (3), junius (4), quintilis, sextilis, september, october, november y, finalmente december, el décimo y último mes del año.
25 de diciembre, el día en que el Sol se detiene
El año, en ese primer calendario romano, se dividía en 10 meses en lugar de 12. Pero las estaciones se repiten aproximadamente cada 12 lunaciones (meses), lo que crea un desajuste bastante incómodo.
Esta situación fue corregida por los primeros reyes romanos, alrededor del año 700 a.e.c. (antes de la era común) con la introducción por decreto real de dos “meses” adicionales: januarius y februarius.
Para aquella época el solsticio de invierno (la época en la que el Sol está más al sur en el cielo) se producía aproximadamente en los últimos días de diciembre. Los días alrededor de esta efeméride astronómica siempre tuvieron en Roma un significado especial. Estando la ciudad y sus provincias bien al norte del ecuador, cuando el Sol estaba más al sur en el cielo, los días duraban menos, y el período nocturno era más largo (invierno).
Alrededor del 25 de diciembre en el calendario romano, el sol casi súbitamente dejaba de avanzar hacia el sur, se “detenía” en su movimiento austral por unos días (de allí viene el nombre “solsticio” que significa “sol quieto”).
Los días anteriores al 25 (entre el 17 y el 23) se celebraban en Roma las denominadas Saturnalias, con tradiciones muy similares a la navidad moderna: comida, regalos y vacaciones (estos romanos eran unos loquitos).
Para principios de la edad media, el emperador Aureliano convirtió (al parecer por razones políticas) el 25 de diciembre en una gran celebración (otra) que paso posteriormente a muchos otros pueblos europeos antiguos. La llamaban el dies solis invicti nati (el día del nacimiento del Sol invicto).
El solsticio del 25 de diciembre, no solo para los romanos, representa algo así como el día del “renacimiento” del Sol porque a partir de esa fecha, en lugar de seguir disminuyendo, la duración del día empezaría a aumentar.
Esta fiesta romana es justamente el origen de la celebración que realizamos en occidente el 24 y el 25 de diciembre. No tiene nada que ver con el nacimiento del mesías cristiano (muchos siglos después de instaurada la efeméride en Roma) y menos con el de Newton.

Pastores en el Solsticio
Pero, ¿podría el Jesús de la Biblia haber nacido por casualidad un 25 de diciembre?. ¡Tal vez!. Para aquella época cientos de niños nacían en esa fecha en el mundo (hoy en un 24 de diciembre típico nacen en 400.000 niños en todo el planeta).
Sin embargo las historias de lo que pasó alrededor del nacimiento del mesías cristiano, tal y como son relatadas en los evangelios, no parecen coincidir con el clima de diciembre. Pastores cuidando sus rebaños, censos de población y desplazamientos por el desierto, son eventos que difícilmente podrían ocurrir en los fríos días de diciembre o enero.
Adicionalmente, es mucho más fácil pensar que las autoridades cristianas de la época, escogieran esta fecha como nacimiento de su mesías mítico puesto que al pueblo romano, cristiano y no cristiano, les sería más sencillo seguir celebrando en las mismas fechas que habían celebrado las saturnales y el dies solis invicti nati. Cambiar el nacimiento de una deidad (el sol invicto) por otro (el mesías) ¡fácil! ¿no?.
Lamentablemente no existen registros “notariales” del nacimiento de Jesús (si existió), de tal manera que señalar una fecha exacta en otra estación es tan especulativo como hacerlo, casualmente en la fecha de la más importante celebración de la Roma antigua.

El calendario juliano y el 31 de diciembre
El primer calendario romano oficial tenía ya 12 meses que duraban entre 29 y 31 días (los números pares eran de mala suerte en la Roma antigua). Se trataba de un calendario lunar y por lo tanto se desajustaba fácilmente con las estaciones.
Los primeros reyes romanos resolvieron el asunto agregando meses «bisiestos» cada cierto tiempo para que las estaciones se produjeran aproximadamente en las mismas fechas. Con estas correcciones, para el 700 a.e.c. el año ya duraba en promedio, los 365 días requeridos para un sincronización mínima con las estaciones.
Sin embargo, el tiempo exacto entre solsticio y solsticio no tiene un número entero de días; en realidad entre ellos pasan 365 días, 5 horas y 49 minutos, un período que los astrónomos llaman año trópico.
Como resultado de esta pequeña diferencia, alrededor del año 50 a.e.c. (varios siglos después de que se impusiera el calendario romano de 12 meses), las estaciones se habían retrasado respecto del calendario civil, más de 3 meses (cuando llegaba el tiempo del solsticio de invierno el calendario marcaba el mes de marzo).
Para resolver este desfase y corregir el problema para los siglos sucesivos, el dictador Romano Julio César, asesorado por sus astrónomos de cabecera, decreto una reforma del calendario que tendría un efecto duradero en occidente. En esta reforma, que define lo que se conoce históricamente como el calendario Juliano se fijaron la mayoría de las propiedades del calendario moderno.
Se introdujo el día bisiesto cada 4 años. De esta manera la duración promedio del año sería de 365 días y 1/4, una duración mucho más cercana al año trópico (¡pero no exactamente igual!).
Los meses pasaron de durar 29 y 31 días, a 30 y 31 días alternativamente (martius 31, aprilis 30, maius 31, junius 30, quintilus 31, sixtilus 30, september 31, etc.).
Januarius y februarius se movieron al principio del año (en realidad este cambio se había introducido posiblemente con anterioridad por culpa de la guerra). Esto además explica por qué febrero que hoy esta de segundo, tiene menos días y recibió el día bisiesto: hay que recordar que originalmente era el último.
El mes quintilis pasó a llamarse julius en honor a Julio Cesar (solo después de su muerte).
Una historia «apócrifa», cuenta que en una pequeña reforma posterior, el senado romano decreto que el mes sixtilus se nombraría, en honor a Octavio (el primer emperador romano), “augustus” (que era el mote del emperador). Pero el mes julius tenía 31 días y augustus solo 30. Por decreto (y en un acto de lambonería política) el mes augustus recibió también 31 días (quitándole uno al pobre febrero que quedo con 28). Para evitar tres meses seguidos de 31 días september quedó entonces con 30 y para mantener la alternancia, october pasó a tener 31, november 30 y december… adivinen… 31.
El 31 de diciembre, entonces tendría origen en un acto de lambonería romana.
O no. Otra versión aparentemente más ajustada a la realidad histórica y arqueológica, indica que el mes sixtilis tenía 31 días desde que se introdujo la reforma Juliana. Por A o por B, dictador o emperador, nos dejaron con un mes de diciembre más largo.

11 minutos incómodos y el nacimiento de Newton
La reforma juliana del calendario resolvió la mayoría de los problemas de desajuste del calendario con las estaciones, introduciendo para ello un día bisiesto cada 4 años; la duración promedio del año civil pasó de 365 días a 365 días y 6 horas (1/4 de día). Pero el año trópico dura 365 días, 5 horas y 49 minutos, es decir 11 minutos menos.
Para el año 325 e.c. (era común), casi 400 años después de Julio César, esa diferencia de 11 minutos había producido un desfase de 3 días entre las estaciones y el calendario. El solsticio de invierno no se producía exactamente el 25 o 24 de diciembre, sino el 22 o 21 de ese mes. Los equinoccios, especialmente el de primavera que era de gran importancia religiosa (por la celebración de la Pascua), en el calendario Juliano debían también caer un 25 o 24 (de marzo y septiembre respecticamente) y para esta época ya caían el 22 o 21.
El primer Concilio de Nicea (que concilió los textos de la Biblia moderna y sentó las bases del dogma de la iglesia católica), que se reunió ese año, decretó que el equinoccio de primavera (y por transitividad el solsticio de invierno) debía, a partir de esa fecha, celebrarse el día 21 (de marzo y diciembre respectivamente).
Con ello y tal vez sin proponérselo, rompieron para la posteridad el vínculo evidente que existía entre la celebración de la navidad y la celebración del “renacimiento” solar romano.
Curiosamente, sin embargo, y teniendo el poder suficiente para hacerlo, el primer Concilio de Nicea no corrigió el problema de los 11 minutos y el desfase siguió acumulandose siglo con siglo.
Para el año 1582, el desfase entre la fecha del equinoccio (y del solsticio por rebote) decretado por el Concilio de Nicea y el real alcanzaba ya los 10 días. En otra medida salomónica (y para evitar volver a mover la fecha del equinoccio caprichósamente), el papa Gregorio XIII con el apoyo de los astrónomos de la época, decidió introducir una nueva (y pequeña) modificación al calendario Juliano.
Por bula papal, al día 4 de octubre de 1582 le siguió el día 15 de octubre de 1582 (sin importar cuántos “cumpleaños” se perdieran en el proceso). Adicionalmente y para corregir por fin el problema de los incómodos 11 minutos, se decidió que cada 100 años el que debería ser un año bisiesto no lo sería (excepto el último cada 400 años). Así 1700, 1800, 1900 no fueron bisiestos (aunque deberían), en cambio el 2000 si lo fue.
La reforma Gregoriana del calendario, que definió el calendario que usamos actualmente en todo el planeta, no fue sin embargo acogida en todos los países europeos, asiáticos y americanos al mismo tiempo.
En particular, Inglaterra, que se había distanciado de Roma desde los tiempos de Enrique VIII, no asumió la reforma sino hasta 270 años después, en 1752. Por la misma razón, mientras en Roma o en países como España los calendarios marcaban el 15 de octubre de 1482, el calendario inglés decía que era el 5 de octubre de ese mismo año. Así mismo cuando el calendario en Roma decía que era el 4 de enero de 1643, el inglés decía que era el 25 de diciembre de 1642.
Fue justamente en esa fecha que nació el niño Newton: un 4 de enero de 1643 según nuestro calendario o un 25 de diciembre de 1642 según el anticuado calendario Juliano que usaban los “rebeldes” ingleses.

En resumen, ni el mesías de la Biblia cristiana, ni el “mesías” científico, cumplirán años el próximo 25 de diciembre. En el caso de Newton, tocará esperar hasta el 4 de enero para una celebración ajustada con el calendario. En el caso de Jesús, supongo se seguirá imponiendo la tradición, ojalá, cada vez un poco mejor informada.
Para saber más
Existe una innumerable cantidad de artículos técnicos y divulgativos sobre la historia del calendario y el origen de la navidad y otras celebraciones cristianas «robadas» a otros pueblos y originalmente conectadas con el calendario. Abajo les dejo unas cuantas lecturas representativas:
Christams, origin and definition
Este artículo de la Enciclopedia Británica tiene interesantes detalles sobre las celebraciones paganas europeas del 25 de diciembre en las que se inspiró la navidad al menos en el mundo Anglosajon.
Todo tiempo pasado fue anterior
En esta excelente entrada del Podcast de Nieves Concostrina cuenta algunas historias geniales sobre el origen de muchas celebraciones cristianas, incluyendo la navidad.
Biblia, historia y tradición: ¿cuándo y dónde nació Jesús?
Una interesante entrada publicada apenas en 2017 sobre la posible fecha de nacimiento del Jesús de la Biblia.
Jesús no nació el 25 de diciembre
Artículo de la revista Semana (Colombia) en la que varios historiadores expertos ofrecen sus argumentos en contra de pensar el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús.
Esta información ha sido publicada originalmente en Investigación y Ciencia