Irrumpió en nuestras vidas de un día para el otro. Literalmente, quiero decir. Es la aplicación que más rápido llegó al millón de usuarios en toda la corta -pero ancha, anchísima- historia de las aplicaciones. Estoy hablando de ChatGPT, esa inteligencia artificial que se cree muy inteligente porque escribe.
Por Juan Cruz Balián
Todo el asunto está siendo particularmente perturbador para las personas que nos dedicamos a escribir porque, de pronto, nuestro ancestral oficio se ve amenazado. Nada que no hayamos visto venir, claro. Les pasó a los diseñadores gráficos con el advenimiento de Dall-E, pero ya les había pasado a los fabricantes de máquinas de escribir cuando se popularizaron las computadoras personales en los ochentas, y no hablemos de los obreros de la industria textil en el siglo XIX.
Ya sé lo que están pensando, pero no. La tesis de este texto no propone que el progreso es un tren imparable y que, o te subís, o te pisa. Eso es cierto, pero lejos de ser la conclusión, es el punto de partida. Porque esa idea, la del progreso imparable, fue la que me motivó en un primer lugar a abrir ChatGPT y tratar de entender qué era eso que tenía enfrente. Me habían dicho que funcionaba bien para pelotear ideas. Un artilugio, una herramienta, como una pared, un amigo invisible o un espejo. Pero la única vez que uno mira un espejo es cuando lo compra. De ahí en adelante, cuando uno mira un espejo, lo que está queriendo es verse a sí mismo.
¿Qué podía decirme ChatGPT sobre mí? Me llevó varias conversaciones y no poca introspección. Pero finalmente lo descubrí. Sobre eso es este artículo. Estas son las 5 etapas del duelo de un escritor frente a una inteligencia artificial que acabará un día por reemplazarlo.

Por supuesto que una inteligencia artificial no va a venir a robar mi trabajo. ¿Sabés por qué? Porque soy un ser humano, ergo, soy especial. Y de entre todas las cosas que me hacen especial, acaso la más especial de todas sea la capacidad de lenguaje articulado. En la historia del universo conocido, ninguna otra especie, natural o artificial, pudo igualarnos en ese aspecto.
Así que, si vamos a tirar abajo este ídolo de hojalata, empecemos por lo básico:
– ¿Qué es ChatGPT?, pregunté. Me respondió esto:
– ChatGPT es un modelo de lenguaje de gran escala desarrollado por OpenAI. Es capaz de generar texto en varios idiomas y puede ser utilizado para tareas como generación de texto, respuesta a preguntas y traducción automática. ChatGPT se entrena con un gran volumen de datos y utiliza técnicas avanzadas de aprendizaje automático para mejorar su capacidad de comprensión del lenguaje humano.
– Ok, ahora en primera persona.
– Soy ChatGPT, un modelo de lenguaje de gran escala desarrollado por OpenAI. Puedo generar texto en varios idiomas y estoy capacitado para realizar tareas como generación de texto, respuesta a preguntas y traducción automática. Me entreno con un gran volumen de datos y utilizo técnicas avanzadas de aprendizaje automático para mejorar mi capacidad de comprensión del lenguaje humano.
– Ahora de nuevo en tercera persona pero más informal.
– ChatGPT es un modelo de lenguaje desarrollado por OpenAI, es un crack en generar texto en varios idiomas y puede responder preguntas y hacer traducciones automáticas. Se entrena con un montón de datos y utiliza técnicas de última generación para entender mejor el lenguaje humano.
– Ahora como si lo hubiera escrito Shakespeare.
– Oh, ChatGPT, el modelo de lenguaje del gran OpenAI,
Con habilidades para generar textos en multitud de idiomas,
Responder preguntas y realizar traducciones automáticas,
Entrenado con un mar de datos y técnicas avanzadas,
Comprende el lenguaje humano con gran precisión.
Eso no suena a Shakespeare, pero se aprecia el esfuerzo. No tiene la profundidad de Macbeth, es cierto, pero arriesga metáforas, interjecciones, epítetos épicos… Debo admitir que me impresionó.

Entonces pensé: ok, es posible que esta tecnología, aun teniendo mucho por aprender, sí sea capaz de imitar nuestro lenguaje y sus formas, al menos las más rudimentarias. Pero hay algo que nunca podrá tener: creatividad. Ese brillo, ese chispazo, producto de la inteligencia tanto como de la voluntad.
Me regodeaba en esa certeza cuando me vino a la mente la escena del interrogatorio de Yo, robot. En la película, Del Spooner, un muy enojado detective interpretado por Will Smith, interroga a Sonny, un robot que sufrió un proceso de singularidad y obtuvo conciencia. El robot es el principal sospechoso de un homicidio, cosa doblemente perturbadora porque además del asunto de la conciencia, se supone que las leyes fundamentales de la robótica deberían impedirle dañar a un ser humano. El interrogatorio fluye con cierta normalidad policíaca, hasta que llegan al ineludible tópico de las emociones. Entonces, Del Spooner dice, con desprecio:
– Sólo eres una imitación inteligente de la vida…. ¿puede un robot escribir una sinfonía? ¿Puede un robot tomar un lienzo en blanco y convertirlo en una obra maestra?
Sonny piensa y le responde:
– ¿Puede usted?

Por supuesto que fui a preguntarle a ChatGPT si era capaz de escribir una sinfonía. Su respuesta no me tranquilizó:
– Sí, como modelo de lenguaje AI, puedo generar texto en una variedad de formas y estilos, incluidas las sinfonías. Sin embargo, es importante tener en cuenta que mi generación de texto está limitada por el entrenamiento y la información a la que tengo acceso. Por lo tanto, no tengo la capacidad de crear música original de forma autónoma, sino que puedo utilizar patrones y estilos previamente aprendidos para generar texto que describa o sugiera una sinfonía.
Básicamente, me respondió que, dado el input correcto, puede escribir una sinfonía basándose en patrones y estilos aprendidos, es decir, igual que cualquier ser humano escribe una sinfonía. Más tarde supe que ya existe un modelo de Google (sin acceso público aún) que compone música bastante bien. De cualquier modo, incluso ChatGPT en su estado actual está más cerca de escribir una sinfonía que yo.

Bien, esta tecnología es potencialmente ilimitada. Pero «potencialmente» significa que, por lo menos de momento, sí tiene límites. Y me propuse entenderlos.
Le pregunté, entonces, si conocía el principio de cooperación de la lingüística pragmática, descrito por el filósofo Paul Grice. Naturalmente, ChatGPT estaba al tanto:
– Sí, conozco el principio de cooperación de la pragmática. Es una norma fundamental de la comunicación humana que se refiere a la idea de que los hablantes y oyentes en una conversación trabajan juntos para alcanzar un objetivo compartido de comunicación efectiva. Según este principio, los hablantes y oyentes asumen que los demás están tratando de ayudar en la conversación y de comprender lo que se está diciendo, y que por lo tanto, proporcionan información clara y relevante, y siguen conversaciones relevantes y coherentes.
La definición es correcta, pero los seres humanos basamos gran parte de nuestra comunicación en violar las leyes de ese principio. A menudo, damos más información de la necesaria, o menos. O decimos algo que no es pertinente. O decimos algo que no es cierto. Esas operaciones no tienen por objetivo dañar la conversación, sino generar segundos significados, llamados «implicancias». Así funcionan, por ejemplo, el humor y la ironía. Vos decís que Boca es el mejor equipo del mundo y yo respondo que mi abuela plancha resortes, cosa que no es cierta ni pertinente en la conversación. Mi abuela está muerta y, que yo sepa, planchaba sólo textiles. Pero la frase fue elocuente y entendiste lo que estaba implicando.
– ¿Podés conversar violando el principio de cooperación?, pregunté.
– Si un usuario me pide que responda con información errónea o que realice una conversación inapropiada, puedo hacerlo sin violar mis programación o restricciones técnicas. Sin embargo, es importante tener en cuenta que como modelo AI, no tengo intenciones ni motivaciones propias.
¡Bingo! Había encontrado el límite, la pared pintada de cielo en el mundo de Truman. ChatGPT sólo puede errar si se le pide que erre, lo cual equivale a acertar. No puede errar adrede. No sabe jugar a las escondidas.
Esta sencilla información me permitió no dar todo por perdido e ilusionarme con un futuro donde ciertas formas del arte y de la expresión continuarían siendo patrimonio de la humanidad.
A menos que…

– ¿Sabés el chiste del elefante que se está bañando y pide que le alcancen el jabón?
– Sí, conozco ese chiste. Aquí va: Un elefante se está bañando en un río y de repente grita: «¡Alguien me pasa el jabón!». Un pececito nadando cerca le pregunta: «¿El jabón para qué?». El elefante responde: «¡Para ponerlo en mi espalda, estoy haciendo burbujas!«.
– Ese no es.
– Oh, lo siento por equivocarme. Gracias por corregirme. Estoy aquí para aprender y mejorar continuamente. ¿Quisieras que te cuente otro chiste sobre elefantes?
– Quiero contarte un chiste a vos y que me digas si sabés por qué es gracioso.
– Claro, adelante, cuéntame el chiste y trataré de entender por qué es gracioso. Estoy aquí para ayudarte.
– Un elefante se está bañando y le dice a otro elefante que pasaba por ahí: «Me alcanzás el jabón?». El otro elefante le responde: «No, la radio».
– Ah, ese chiste juega con un giro de expectativas y es gracioso porque la respuesta del segundo elefante es inesperada y no tiene sentido en el contexto de la conversación. Esta incongruencia crea una sensación de humor y sorpresa en el oyente, lo que hace que el chiste sea divertido.
O sea que ChatGPT no tiene voluntad pero entiende cómo funciona el humor, que es lo mismo que decir que tiene la llave de nuestras lenguas, que no son más que el umbral de nuestras mentes, individuales y colectivas.
Así fue como supe que mi oficio tiene ya una obsolescencia programada. Que se convertirá en un arte antiguo, como la caligrafía china, como las pinturas rupestres. Un arte sin función más que la de autopreservarse. Peor aún: que la única literatura posible será la literatura del yo.
El siguiente paso fue inevitable.

– ¿Podés escribir el párrafo final de un artículo sobre el impacto que tendrá ChatGPT en el oficio de escribir?
– En conclusión, ChatGPT es una herramienta revolucionaria que está transformando la forma en que escribimos. Su capacidad para generar texto automáticamente con alta calidad y rapidez está transformando la industria y ofreciendo nuevas oportunidades para escritores y creadores de contenido. Al mismo tiempo, también está planteando nuevos desafíos y cuestiones éticas a medida que la tecnología avanza. Sin embargo, estamos seguros de que, con el tiempo, encontraremos formas innovadoras de utilizar esta tecnología para mejorar nuestro oficio y seguir creando historias impactantes y memorables.
Yo no podría haberlo dicho mejor.
Fuente: EL GATO Y LA CAJA