El acceso al saneamiento sigue siendo una deuda pendiente en muchas zonas rurales y periurbanas de la Argentina. Ahora, un desarrollo nacional propone una solución basada en la naturaleza: usar la «inteligencia» de nuestras plantas autóctonas para limpiar el agua sin gastar un solo watt de energía.
«El mejor plan de salud es agua corriente y cloacas». La frase del histórico sanitarista Ramón Carrillo sigue resonando con la fuerza de una verdad absoluta. Y no le faltaba razón. Sin embargo, en la Argentina profunda, en las islas del Delta o en los nuevos loteos alejados de las grandes urbes, la red cloacal es un lujo que a menudo no llega.
El problema no es solo «sacar» el efluente de casa, sino qué hacemos con él. Si va a la napa o al arroyo sin tratamiento, lo que hoy es un alivio doméstico mañana es contaminación y enfermedad para el vecino. Pero, ¿y si la solución no requiriera plantas industriales costosas ni facturas de luz impagables? Un equipo de investigadores del INTA, financiado por el CONICET y la CIC, está demostrando que la respuesta podría estar creciendo, literalmente, en nuestro propio patio.
Ramiro Simonetti, investigador del INTA y director del proyecto, le explicó a la agencia TSS la filosofía detrás de esta iniciativa: «Venimos trabajando en sistemas de tratamiento biológico como estas tecnologías para sanear las aguas. En este caso, funciona a través de procesos ecológicos naturales y lo que hacemos es diseñar el sistema según el residuo y el caudal que se necesite tratar».
Una depuradora en el jardín
El sistema es, en esencia, una imitación acelerada de lo que la naturaleza hace por su cuenta. Olvídense de los químicos agresivos. Acá la clave es la biología. El diseño es de bajo costo, no usa electricidad y se arma con materiales que se consiguen en cualquier corralón o ferretería.
El proceso consta de dos etapas bien definidas, como si fuera un sistema digestivo externo:
- La separación (Etapa primaria): Todo comienza en un tanque séptico o biodigestor. Aquí, por simple física (decantación y flotación), se separan los sólidos y las grasas del líquido. En zonas rurales con mucha materia orgánica, esto incluso podría generar biogás, aunque en las escalas domésticas actuales del Delta el volumen no alcanza para aprovechamiento energético.
- El filtro vivo (Etapa secundaria): Acá ocurre la magia. El agua pasa a un humedal artificial. No es más que un lecho de piedras y tierra plantado con especies nativas. El agua atraviesa lentamente este sustrato donde las raíces de las plantas y, sobre todo, las bacterias que viven en ellas, se «comen» los nutrientes y procesan los contaminantes.
El resultado es agua limpia, sin bacterias peligrosas, lista para volver a la naturaleza sin culpas.
El desafío del Delta y la identidad local
No es lo mismo instalar esto en tierra firme que en el Delta del Paraná, donde la sudestada te cambia el mapa en un par de horas. Para los isleños, los investigadores adaptaron el modelo: diseñaron un sistema cerrado, contenido dentro de tachos y tanques estancos, para que la crecida del río no inunde ni rompa el proceso de depuración.
Pero el verdadero «gol de media cancha» de este proyecto es el uso de plantas nativas. «Nuestro objetivo es que se desarrollen las plantas adaptadas al ambiente y al entorno del lugar», señala Simonetti. Y agrega un dato clave para la ciencia local: «Esto es un plus para nuestra investigación porque los estudios que hay sobre estos sistemas son con otras plantas que no se encuentran en nuestra latitud».

Al usar especies locales, se garantiza que el sistema sea robusto, se integre al paisaje y requiera menos mantenimiento. Es la naturaleza trabajando de local.
Cuidar a las bacterias (ellas trabajan por nosotros)
Ahora bien, este sistema tiene una única contraindicación: el usuario. Al ser un «sistema vivo», no se lo puede tratar como a una cloaca industrial. Si tiramos litros de lavandina o químicos fuertes por la cañería, matamos a las bacterias que limpian el agua y rompemos el equilibrio biológico.
Por eso, la capacitación es fundamental. Es un cambio de mentalidad: hay que entender que bajo las piedras del jardín hay millones de microorganismos trabajando gratis para nosotros, y hay que cuidarlos.
Validar para democratizar
Actualmente, el proyecto está en etapa de validación. Se están monitoreando los prototipos con laboratorios del CONICET para asegurar que cumplen con todas las normativas municipales. La idea final es la democratización total del conocimiento: una vez validado, el INTA publicará manuales «paso a paso» para que cualquier vecino pueda construir su propio sistema de saneamiento.
Próximamente, la tecnología se probará a mayor escala en dos urbanizaciones bonaerenses: un barrio de 64 lotes en Presidente Perón y otro de 109 lotes en Moreno, que incluirá un humedal comunitario para un comedor.
«Estudiar estas tecnologías en pequeña escala es fundamental para poder tener una producción sustentable y generar impacto en el ambiente», concluye Simonetti, y nos deja una reflexión final sobre la importancia de no esperar soluciones mágicas centralizadas: «Es muy importante concientizar sobre el tratamiento de efluentes y, sobre todo, sobre el potencial del tratamiento descentralizado».
En tiempos donde la tecnología a veces parece alejarnos de lo natural, estas raíces nos recuerdan que, a veces, la solución más avanzada es simplemente dejar que la naturaleza haga lo que mejor sabe hacer: limpiar, reciclar y dar vida.
Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de Matías Alonso publicado en Agencia TSS
