El recreo escolar silenciado por un clic

Los teléfonos móviles han transformado los recreos en espacios mudos: adolescentes conectados a sus pantallas, atrapados en una lógica de dopamina, consumo y «dinero fácil». Este artículo explora los orígenes, las consecuencias y las estrategias para acompañar a las nuevas generaciones frente a ese trance digital.

Hace apenas dos o tres años, los pasillos de los colegios vibraban con el aluvión de risas, confidencias y carreras entre clases. Hoy suelen verse lleno de adolescentes agrupados en silencio, absortos frente a un rectángulo iluminado: el celular. Ya no intercambian historias sobre «quién me gusta» o qué docente «me detesta». Sus voces quedaron relegadas a emojis y notificaciones. Ese mutismo encierra una cuestión grave: el dispositivo móvil se ha convertido en una fuente inagotable de recompensa inmediata que dispara los niveles de dopamina… y, ahora, incluso de dinero.

El sociólogo Zygmunt Bauman advertía que la política de la vida se reconfigura «a imagen y semejanza de los medios y de los objetos de consumo». En el aula, esta transformación es palpable: los jóvenes ya no buscan vínculos cara a cara, sino validación digital. Byung Chul Han va más lejos al describir cómo las redes sociales producen «una subjetividad que se explota a sí misma sintiéndose en libertad». Ese escenario favorece un individualismo extremo donde el valor de la persona se mide en likes y seguidores.

La omnipresencia de influencers en YouTube, TikTok e Instagram expone a los adolescentes a un mundo idealizado de belleza, viajes y éxitos exprés. Nadie comparte el dolor o la tristeza: solo triunfos editados. «La imagen los hace a la vez que los vende», resume el filósofo surcoreano. Bajo esa lógica, esforzarse en el aula por comprender conceptos difíciles resulta menos atractivo que la gratificación instantánea de un vídeo viral.

Esa obsesión por el éxito y el estatus desemboca en la búsqueda de renta rápida. Massimo Recalcati lo describe como el «principio utilitarista del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo». Así, a los 8 años los chicos compran «vidas» en un videojuego; a los 12, participan en ligas virtuales de fútbol; y, al asomar la adolescencia, encuentran las apuestas deportivas y los casinos online en sus propios teléfonos. La promesa de ganar con una inversión mínima —sin aguardar el fruto del trabajo— resulta letalmente seductora.

Los jóvenes crecen con billeteras virtuales recargadas por sus padres sin límites claros. Plataformas de juego albergan a menores sin filtros de edad, exponiéndolos a una dinámica que diseña recompensas continuas para mantenerlos enganchados. El resultado es una epidemia de ludopatía que daña su salud mental: ansiedad, pérdida de recursos, deterioro académico y tensiones familiares.

Más alarmante aún, esas mismas aplicaciones permiten el ingreso de adultos malintencionados. El grooming —acoso sexual en línea— avanza en cuatro etapas: enganchar, fidelizar, seducir y acosar. El agresor se hace pasar por un par, gana confianza, sexualiza la conversación y extorsiona para obtener imágenes íntimas o encuentros personales. Solo en lo que va del año, se registraron cerca de 100 000 denuncias de difusión de material de abuso infantil, alimentando redes de pornografía y trata.

El rol irremplazable de la escuela

Frente a este panorama, la escuela debe volver a ser un espacio de presencia y diálogo. No alcanza con prohibir el uso de dispositivos: hace falta enseñar a los chicos a cuestionar la lógica consumista y a valorar la interacción humana. Compartir momentos de juego analógico —desde el fútbol en el patio hasta charlas bajo un árbol— reconstruye el tejido social que rompe el trance digital.
Pautas para familias y docentes:

  1. Acompañar el consumo de pantallas: compartir contenidos y comentar lo que se ve.
  2. Establecer horarios y zonas “libres” de dispositivos: recreos, cenas y noches sin celular.
  3. Ofrecer alternativas atractivas: talleres artísticos, deportes en grupo y espacios de lectura colaborativa.
  4. Dialogar sobre riesgos reales: ludopatía, grooming y presiones de la vida online.
  5. Fortalecer la confianza mutua: padres y maestros como guías atentos, no solo vigilantes.

Cerrar la puerta digital… sin perder la llave

La tecnología no es enemiga de la infancia, pero su uso sin límites abre puertas peligrosas. Para que esa «puerta nefasta a un clic de distancia» permanezca cerrada, niños, adolescentes, familias y escuelas deben asumir un compromiso compartido: recuperar la riqueza de la conversación, la espera y el esfuerzo, y resignificar el recreo como un territorio de amistad y aventura, lejos del brillo vacío de las pantallas.

Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de Cecilia Di Prinzio publicado en AcercaCiencia

Deja un comentario