Un robot submarino busca vida extrema en el fondo del Mar Argentino

Imaginate un lugar donde la luz del sol jamás llega y la vida, en vez de extinguirse, explota gracias a una fuente de energía impensada. Un equipo de científicos argentinos zarpó con tecnología de última generación para ver, por primera vez con sus propios ojos, qué criaturas fantásticas habitan en el abismo.

Si alguien te dijera que para encontrar formas de vida que parecen sacadas de una película de ciencia ficción no hace falta irse a una de las lunas de Júpiter, sino mirar hacia abajo, en nuestro propio Mar Argentino, probablemente pensarías que es un cuento chino. Pero no. La realidad, como suele pasar en la ciencia, supera a la ficción.

Un grupo de investigadores del CONICET, junto con colegas de la UBA y expertos internacionales, acaba de embarcarse en una aventura que tiene fecha de inicio pero cuyo final es un misterio científico apasionante. Desde el 14 de diciembre de 2025 hasta el 10 de enero de 2026, el buque RV Falkor (too), una nave impresionante del Schmidt Ocean Institute (SOI), se convierte en el laboratorio flotante de la campaña «Vida en los extremos».

El objetivo es tan ambicioso como suena: estudiar los ecosistemas más hostiles y menos conocidos del fondo marino. ¿Qué buscan? A los supervivientes de la oscuridad total.

Comer gas para vivir

Para entender la magnitud de esto, hay que cambiar el chip de lo que aprendimos en la escuela. En la superficie, la vida depende del sol (fotosíntesis). Pero allá abajo, a miles de metros de profundidad, la luz no llega. Es la noche eterna. Sin embargo, la vida se abre paso gracias a las comunidades quimiosintéticas.

Estos organismos no necesitan sol; usan energía química. Específicamente, aprovechan las filtraciones de metano (filtraciones frías) que brotan del subsuelo marino. Es un ambiente que para la mayoría de los seres vivos sería tóxico y mortal, pero para bacterias, arqueas, gusanos tubícolas y almejas especializadas, es un banquete «todo lo que puedas comer».

Lo fascinante es que estos «bichos» cumplen un rol ecológico clave: funcionan como un filtro natural. Se estima que consumen y atrapan hasta el 80% del gas metano antes de que este pueda escapar hacia el océano y la atmósfera, actuando como guardianes silenciosos contra el cambio climático.

Ojos en el abismo

Hasta hace poco, estudiar esto era como tratar de adivinar qué hay en una habitación oscura metiendo la mano en una caja. María Emilia Bravo, jefa científica de la campaña e investigadora del IGeBA (CONICET-UBA), lo explica clarísimo al recordar las campañas anteriores en el buque ARA Austral:

«En aquellas campañas oceanográficas, estudiamos estas formas de vida a través del uso de un box core, una caja metálica que desciende desde el buque hasta el fondo y trae consigo un corte intacto de la sección superficial del fondo. Mediante esta tecnología, si bien podemos estudiar cuantitativamente la biodiversidad asociada a filtraciones de gases, resulta insuficiente para abarcar la complejidad biológica y ambiental de estos ecosistemas».

Pero ahora, la cosa cambia radicalmente. La estrella de la expedición es el ROV SuBastian, un vehículo operado remotamente que es, básicamente, una maravilla de la ingeniería. Puede bajar hasta 4.500 metros de profundidad, tiene cámaras de ultra alta definición y brazos robóticos para tomar muestras con precisión quirúrgica.

«Ahora vamos a poder contar con el ROV y el sistema que ofrece para visualizar el ambiente con alta definición, para encontrar parches más pequeños de formas de vida quimiosintéticas y otras especies que se encuentran asociadas a este tipo de ambientes», se entusiasma Bravo. La idea es sumergir al robot al menos quince veces y transmitir todo en vivo, permitiendo que cualquiera con internet sea testigo del descubrimiento al mismo tiempo que los científicos.

La huella humana llega al fondo

No todo es biología pura. Hay una pregunta incómoda que esta expedición busca responder: ¿Hasta dónde llega nuestra basura? Melisa Fernández Severini, investigadora del IADO (CONICET-UNS) y co-líder del proyecto, encabeza la búsqueda de microplásticos en estos ecosistemas remotos.

«Analizaremos la dinámica de nutrientes, metales pesados y sulfuros en las distintas áreas de estudio, con el fin de identificar posibles diferencias espaciales en sus concentraciones y comportamientos biogeoquímico», detalla Fernández Severini. Entender si nuestros plásticos ya forman parte de la dieta de los gusanos de profundidad es vital para comprender la magnitud real de la contaminación oceánica.

Un orgullo nacional

Que tres de las ocho expediciones elegidas para explorar el Atlántico Sudoccidental sean dirigidas por científicos argentinos no es un dato menor. Habla de la calidad de nuestra ciencia. El equipo a bordo suma 25 personas, incluyendo mentes brillantes de instituciones como el Museo Argentino de Ciencias Naturales, la UBA y universidades de Estados Unidos y Uruguay.

El entusiasmo a bordo es total y se contagia. «Desde el momento de estar zarpando, la expectativa es que podamos sacar el máximo provecho de la plataforma tecnológica que ofrece el Falkor (Too) para realización de múltiples investigaciones, formación de futuros investigadores, fortalecer colaboraciones internacionales y poder transferir los conocimientos que se generen a nuestra sociedad», cierra Bravo.

Maria Bravo, jefa científica e investigadora principal de la campaña. Der: Melisa Fernández Severini, una de las co-investigadoras principales de la campaña.

Están allá, flotando sobre el talud continental, listos para prender las luces del ROV y mostrarnos un mundo que, aunque está en nuestro mar, es tan ajeno como fascinante.

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