Mientras el mundo debate a qué edad es seguro darle «login» a la vida online y los gobiernos corren a imponer restricciones, una voz autorizada levanta la mano para advertir que las soluciones simples pueden traer problemas complejos. Poner un candado en la entrada de las plataformas suena tentador, pero los expertos avisan que si no cambiamos lo que pasa adentro, el riesgo sigue intacto.
En los pasillos de los congresos y en las mesas de café de todo el mundo, la pregunta del millón es: ¿cuán joven es «demasiado joven»? La preocupación es genuina y los datos son alarmantes: el ciberacoso, la explotación y la exposición a contenidos tóxicos están golpeando fuerte la salud mental de los más chicos. El statu quo claramente no da para más y las familias están desbordadas.
Pero acá es donde UNICEF pide parar la pelota y mirar la cancha completa. Si bien el organismo celebra que por fin nos estemos tomando en serio la seguridad online, advierte que salir a prohibir el acceso basándose solo en la edad puede ser un arma de doble filo. Incluso, dicen, podría ser contraproducente.
El riesgo de la clandestinidad digital
Pensemos un segundo en la realidad de muchos chicos, especialmente aquellos que viven situaciones de aislamiento o marginación. Para ellos, las redes no son un lujo ni un capricho: son un salvavidas. Son el lugar donde aprenden, donde socializan y donde encuentran su voz. Cortar ese cable puede dejarlos más solos que antes.
Además, seamos realistas: la prohibición total suele invitar a la trampa. UNICEF señala en su comunicado que, ante las restricciones, muchos jóvenes van a seguir entrando igual. ¿Cómo? Usando dispositivos prestados, falseando datos o, lo que es peor, migrando a plataformas «underground» mucho menos reguladas.
El resultado paradójico de la prohibición estricta es que terminamos empujando a los chicos a espacios donde es mucho más difícil protegerlos y donde las herramientas de seguridad brillan por su ausencia.
La responsabilidad es del diseño, no solo del usuario
El mensaje central del organismo es que la regulación de edad no puede ser una excusa para que las tecnológicas se laven las manos.
«La regulación no debe ser un sustituto de que las plataformas inviertan en seguridad infantil. Las leyes que introducen restricciones por edad no son una alternativa a que las empresas mejoren el diseño de las plataformas y la moderación de contenido», enfatizaron desde UNICEF.
Dicho en criollo: de nada sirve poner un patovica en la puerta si el boliche adentro es un desastre. Los gobiernos deben exigir que las empresas asuman la responsabilidad de crear entornos digitales que sean seguros por defecto (safety by design), inclusivos y respetuosos de los derechos de la infancia.
El rol imposible de las familias
Otro punto clave es dejar de cargarle toda la mochila a los padres. Hoy en día, a las madres, padres y cuidadores se les pide una misión imposible: monitorear plataformas que ellos no diseñaron, vigilar algoritmos invisibles que cambian todo el tiempo y gestionar decenas de aplicaciones las 24 horas del día.
UNICEF reclama apoyo real para las familias mediante una mejor alfabetización digital, pero insiste en que los reguladores deben implementar medidas sistémicas. No se trata solo de «control parental», sino de que el sistema mismo prevenga el daño.
En definitiva, la postura es clara: las decisiones deben basarse en evidencia y no en el pánico. Hay que escuchar a los chicos y entender que la tecnología llegó para quedarse. El desafío no es esconderla, sino diseñarla para que sea un lugar habitable y seguro.
Por Daniel Ventuñuk
