La combinación de sedentarismo, acceso limitado a alimentos saludables y desigualdad social está llevando a una generación de jóvenes a enfrentar serios problemas de salud. ¿Qué se puede hacer para revertir esta tendencia?
Un problema que crece en silencio
La obesidad entre adolescentes sudamericanos es una crisis emergente que no puede ignorarse. Según un estudio publicado en el Journal of Public Health, casi uno de cada tres adolescentes en países como Argentina sufre de alto sedentarismo y una dieta muy pobre (26,8%). Estos comportamientos, sumados a bajos niveles de actividad física, están propiciando un aumento alarmante de la obesidad juvenil en América del Sur.
El informe coincide con los hallazgos de un nuevo documento de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), realizado en colaboración con organismos de las Naciones Unidas. Este último revela que la prevalencia de sobrepeso en niños y adolescentes de la región supera en tres puntos porcentuales el promedio global: mientras que el 5,6% de los niños mayores de cinco años en el mundo tienen sobrepeso, en América Latina y el Caribe esta cifra asciende al 8,6%.
Lo más preocupante es que América del Sur lidera este incremento, mientras que las tasas de obesidad en Mesoamérica y el Caribe muestran estabilidad en los últimos años. Esto plantea serias interrogantes sobre las dinámicas sociales, económicas y ambientales que están impulsando esta tendencia.
Sedentarismo y malos hábitos alimenticios: una combinación peligrosa
El estudio analizó datos de más de 140.000 adolescentes mayores de 11 años en diez países sudamericanos —entre ellos Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Perú— entre 2010 y 2018. Los resultados son contundentes: más del 80% de los adolescentes presentan niveles preocupantes de inactividad física. Además, el 17,8% de los jóvenes sudamericanos pasan gran parte del día sentados y consumen dietas deficientes en nutrientes esenciales.
Para Rafael Tassitano, profesor asistente del Departamento de Kinesiología y Salud Comunitaria de la Universidad de Illinois y coautor del estudio, estos comportamientos son resultado de múltiples factores. «El acceso a alimentos saludables, la disponibilidad de espacios para la actividad física y las políticas públicas que fomentan estilos de vida activos son piezas clave para entender este fenómeno», explica.
Estos hábitos no solo predisponen a los adolescentes a la obesidad, sino que también aumentan el riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles, como diabetes, hipertensión y ciertos tipos de cáncer. «La obesidad es una condición que tarda tiempo en manifestarse. Si un adolescente ya es obeso, la probabilidad de que sea un adulto sano no es muy alta», advierte Tassitano.

Crédito de la imagen: ImagineFreedom/Flickr, bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-ND 2.0 Deed
Desigualdad de género y vulnerabilidad familiar
Otro hallazgo destacado del estudio es que los adolescentes de familias encabezadas por mujeres tienen peores índices de seguridad alimentaria que aquellos liderados por hombres. Las niñas también muestran mayor riesgo de obesidad en comparación con los niños.
«Esto tiene que ver con la conocida brecha salarial de género para las mujeres, pero también puede estar relacionado con dinámicas familiares donde las niñas reciben menos alimentos o recursos en detrimento de otros miembros del hogar», señala Daniela Canella, profesora del Instituto de Nutrición de la Universidad Estatal de Río de Janeiro e investigadora de la Asociación Brasileña de Salud Pública (ABRASCO).
Esta dinámica refleja cómo las desigualdades sociales y de género agravan la crisis nutricional. Sin embargo, medir estas disparidades sigue siendo un desafío complejo.
Círculo vicioso: cambio climático y seguridad alimentaria
El informe de la OPS también destaca cómo el cambio climático está exacerbando la inseguridad alimentaria en la región. Entre 2019 y 2023, la prevalencia de subalimentación aumentó cinco puntos porcentuales, afectando especialmente a comunidades vulnerables. Fenómenos meteorológicos extremos reducen la productividad agrícola, alteran las cadenas de suministro de alimentos, elevan los precios y limitan el acceso a opciones saludables.
«Es un círculo vicioso», explica Eduardo Nilson, investigador del Centro de Investigaciones Epidemiológicas en Nutrición y Salud de la Universidad de São Paulo. «El monocultivo de productos básicos deforesta áreas para crear más espacio, lo que contribuye a acelerar el cambio climático. Y con este proceso, las poblaciones más vulnerables son las que salen perdiendo».
Este escenario no solo compromete la salud de los adolescentes, sino que también representa una carga económica significativa para los sistemas de salud y las economías de los países de la región.
¿Qué soluciones existen?
Aunque el panorama parece sombrío, las soluciones están al alcance. Para Paula Johns, directora ejecutiva de ACT Promoción de la Salud, organización centrada en cuestiones alimentarias en Brasil, el problema radica en el modelo económico actual. «El modelo hegemónico no es capaz de alimentar a la gente con calidad. Necesitamos repensarlo», afirma.
Johns destaca que las políticas públicas pueden marcar una diferencia significativa, incluso a nivel local. Un ejemplo reciente es el municipio de Caucaia, en el nordeste de Brasil, que intentó implementar el transporte público gratuito el año pasado. Esta medida permitió a muchas personas acceder a mercados más lejanos y comprar alimentos de mejor calidad.
«No necesitamos ir a Finlandia a buscar buenos ejemplos para imitar. Simplemente hay que hacer que funcionen las buenas políticas que ya existen», concluye Johns.
Un llamado a la acción urgente
La obesidad infantil y adolescente no es solo un problema de salud individual, sino un reflejo de las desigualdades sociales, económicas y ambientales que afectan a la región. Si no se toman medidas urgentes, las disparidades seguirán aumentando, dejando a las generaciones futuras en una situación aún más vulnerable.
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Referencias
- Estudio publicado en el Journal of Public Health.
- Informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
- Declaraciones de Rafael Tassitano, Daniela Canella, Eduardo Nilson y Paula Johns.
Por Daniel Ventuñuk
