Estas hormigas piden la eutanasia para salvar a su familia

Olvidate por un segundo de todo lo que creías saber sobre el instinto de supervivencia individual. Un nuevo estudio científico acaba de revelar que, en las profundidades del nido, ocurre un acto de entrega absoluta que desafía la lógica biológica y nos obliga a repensar qué significa realmente el bien común.

Si hay algo que nos enseñan los documentales —y la vida misma— es que nadie quiere mostrar debilidad. En la naturaleza, si te sentís mal, si estás enfermo o herido, lo más común es tratar de disimularlo. ¿Por qué? Porque mostrar vulnerabilidad suele ser una sentencia de marginación o abandono. Sin embargo, un equipo de investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología de Austria (ISTA) acaba de descubrir algo que nos voló la cabeza: unas hormigas que hacen exactamente lo contrario.

Hace poco nos sorprendíamos con hormigas invasoras dignas de una serie de Netflix, capaces de infiltrarse y usurpar tronos ajenos. Pero lo que encontraron ahora nos lleva a la otra punta del espectro moral: del asesinato por poder al sacrificio más puro.

Según un estudio recién publicado en la revista Nature Communications, las pupas de hormiga (esas «hormigas bebé» que están en el capullo, justo antes de ser adultas) que contraen una enfermedad terminal no se quedan calladas esperando el final. Al contrario: activan una alarma química, un verdadero pedido de auxilio que, paradójicamente, es una sentencia de muerte solicitada por ellas mismas.

El cuerpo es la colonia

Para entender esta locura evolutiva, tenemos que cambiar el chip. Sylvia Cremer, la directora de esta investigación, nos invita a dejar de pensar en la hormiga como un individuo. Imaginate al hormiguero como si fuera un solo cuerpo, un «superorganismo».

Pensalo así: en este gran cuerpo, la reina funciona como los ovarios (se encarga de reproducir), y las obreras son los tejidos (músculos, estómago, sistema nervioso) que mantienen todo andando. Y al igual que tu cuerpo tiene un sistema inmunitario que detecta una célula infectada y la elimina antes de que contagie al resto, el hormiguero tiene su propia «inmunidad social».

Sabíamos que las hormigas adultas, cuando sienten que les llega la hora, se alejan del nido para morir solas. Un distanciamiento social extremo y heroico. Pero, ¿qué pasa con las crías? Las pupas están encerradas en sus cunas de seda, no tienen patas funcionales. Son prisioneras en su propia casa. Si se agarran un hongo mortal, no pueden salir corriendo.

Y acá aparece el descubrimiento de Erika Dawson, la autora principal del estudio, que es para sacarse el sombrero: como no pueden moverse ni hablar, estas pupas aprendieron a gritar con olores.

«Encuéntrame y cómeme»

El estudio detalla un mecanismo de comunicación que parece ciencia ficción. Cuando una pupa se enfrenta a una infección incurable, modifica su perfil químico. Ojo, no es que «huelen a podrido» porque se están muriendo; eso llegaría tarde, cuando el hongo ya se desparramó. Es una alerta temprana.

Los científicos descubrieron que ciertos componentes de su olor corporal aumentan de golpe ante la enfermedad. Es una señal activa. Las obreras, al detectar este aroma, no dudan ni un segundo. Sacan a la pupa del capullo, perforan su cutícula y le inyectan ácido fórmico.

Es brutal, sí. El ácido actúa como un desinfectante letal que mata a la pupa, pero también aniquila al hongo que crecía adentro. Dawson y su equipo explican que es una señal del tipo «encuéntrame y cómeme». Es un comportamiento altruista en su máxima expresión: la cría muere, pero salva a sus hermanas y asegura que su genética siga viva en la colonia. Si se quedara callada, el hongo podría exterminar a toda la familia.

La prueba del delito (y del olor)

En ciencia, como siempre decimos, «si no lo veo (o mido), no lo creo». Para confirmar que era el olor y no otra cosa lo que desataba esta ejecución sanitaria, los investigadores hicieron un experimento digno de ilusionistas: extrajeron el aroma de las pupas enfermas y se lo pusieron a pupas totalmente sanas.

El resultado fue contundente y un poco escalofriante: las obreras, engañadas por la química, atacaron y sacrificaron a las crías sanas. Esto confirmó que ese «olor a muerte» es el interruptor automático. No hay juicio, no hay piedad, solo una respuesta química para proteger al todo.

El privilegio (lógico) de la reina

Pero esperá, porque la naturaleza siempre tiene un as bajo la manga. Los investigadores se dieron cuenta de que este sistema de triaje médico tiene una excepción notable.

Mientras las futuras obreras siempre emiten la señal de alarma y piden la eutanasia, las pupas de reina no lo hacen. ¿Es un privilegio de la realeza? ¿Sálvese quien pueda?

Nada que ver. Según explica Dawson, esto también es pura lógica evolutiva. Las reinas tienen una fisiología distinta, un sistema inmune mucho más «grosso» que el de las obreras. Ante la misma infección que mataría a una obrera, la reina tiene altas chances de recuperarse sola.

Si la reina pidiera que la maten ante el primer síntoma, la colonia estaría tirando a la basura su futuro reproductivo por una enfermedad que quizás no era letal. La evolución calibró el sistema al milímetro: la reina solo pide el sacrificio cuando sabe que no hay vuelta atrás.

Es fascinante pensar que, millones de años antes de que nosotros debatiéramos sobre salud pública, vacunas o cuarentenas, estos bichitos ya habían desarrollado un sistema sanitario colectivo implacable. A veces, mirar al suelo nos enseña mucho sobre cómo sobrevivir juntos.

Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de José Manuel Nieves publicado en ABC

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