La carrera de la evolución: ¿fue la inteligencia o la vida en sociedad lo que nos hizo humanos?

Imaginen una carrera evolutiva de millones de años entre todos los grandes simios. Durante la mayor parte del trayecto, avanzan a un ritmo similar. Pero de repente, uno de los corredores —el linaje humano— pisa el acelerador y se dispara, cambiando su cráneo a una velocidad récord. Un nuevo estudio no solo ha medido esa aceleración por primera vez, sino que propone una respuesta fascinante a la pregunta del millón: ¿qué fue lo que nos hizo tan radicalmente diferentes?

De entre todos los primates, nuestra especie, Homo sapiens, es sin duda la más singular. Nuestra combinación de un rostro plano y una enorme bóveda craneal nos distingue claramente de nuestros parientes más cercanos, como los chimpancés o los gorilas. Ahora, un nuevo estudio liderado por la antropóloga Aida Gómez-Robles, del University College de Londres, ha logrado ponerle cifras a esa singularidad, demostrando que nuestro cráneo evolucionó aproximadamente el doble de rápido de lo que cabría esperar.

Utilizando modelos 3D y un análisis geométrico de una precisión inédita, el equipo de investigación ha confirmado una vieja sospecha de la paleoantropología: en la carrera de la evolución, el linaje humano apretó el acelerador a fondo.

Más allá del tamaño: el costo de un cerebro caro

La primera respuesta que viene a la mente para explicar esta aceleración es la inteligencia. Un cerebro más grande permite fabricar mejores herramientas, cazar con más éxito y planificar el futuro. Sin duda, esto jugó un papel. Pero la historia, según los investigadores, es mucho más compleja.

Para empezar, no se trata solo del tamaño. Las ballenas y los elefantes tienen cerebros más grandes que los nuestros. La clave está en la organización interna y, sobre todo, en el enorme costo metabólico de nuestro cerebro, que consume una cuarta parte de la energía total del cuerpo en reposo. Mantener un «motor» tan caro solo tiene sentido si ofrece una ventaja evolutiva colosal. ¿Fue la inteligencia por sí sola esa ventaja?

La pista del gorila y el «cerebro social»

Para explorar esta pregunta, el estudio ofrece una comparación esclarecedora. Después de los humanos, los gorilas tienen la segunda tasa de evolución craneal más rápida. Sin embargo, este cambio no está impulsado por la inteligencia. En los gorilas, la selección social favorece a los machos dominantes con cráneos más robustos y grandes crestas óseas, un marcador de estatus y capacidad de combate que les permite asegurarse un harén. Su cráneo evoluciona rápido por razones sociales, no cognitivas.

Esto llevó a los investigadores a preguntarse: ¿y si en los humanos ocurrió algo similar? Aquí es donde entra en juego una de las teorías más influyentes de la antropología moderna: la «Hipótesis del Cerebro Social», del británico Robin Dunbar.

Esta hipótesis postula que el verdadero motor de la expansión de nuestro cerebro no fue la necesidad de resolver problemas técnicos (como fabricar un hacha), sino el desafío de gestionar una vida social cada vez más compleja. Vivir en grupos grandes ofrece enormes ventajas —defensa, cooperación—, pero exige una capacidad cognitiva exponencialmente mayor. Hay que formar alianzas, organizar tareas, recordar quién es quién, transmitir conocimientos y cultura… En resumen, se necesita una «inteligencia social» muy sofisticada.

El bucle que nos hizo humanos

La conclusión del estudio es que no fue un único factor, sino una «mezcla dinámica» que generó un «bucle de retroalimentación positiva»:

  1. Un cerebro ligeramente más grande permitió crear mejores herramientas.
  2. Mejores herramientas permitieron acceder a más y mejores recursos.
  3. Más recursos permitieron sostener grupos sociales más grandes.
  4. Grupos más grandes y complejos exigieron un cerebro socialmente más hábil.
  5. Y ese cerebro más hábil, a su vez, fue capaz de crear herramientas aún mejores, reiniciando el ciclo a una velocidad cada vez mayor.

El trabajo de Gómez-Robles y su equipo nos obliga a mirar más allá de la simple idea de la inteligencia. Sugiere que el camino que nos convirtió en lo que somos no fue solo un triunfo de la razón individual, sino, y quizás sobre todo, una victoria de la creciente complejidad de nuestras sociedades y nuestra inigualable capacidad para relacionarnos con los demás.

Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de José Manuel Nieves publicado en ABC

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