El mundo de la ciencia y la conservación está de luto. Jane Goodall, la primatóloga británica que en 1960 viajó a la selva de Tanzania y cambió para siempre nuestra comprensión del mundo animal y de nosotros mismos, ha fallecido a los 91 años. Su vida fue un testimonio de curiosidad, coraje y una esperanza inquebrantable en el futuro del planeta.
Valerie Jane Morris-Goodall, conocida por el mundo entero simplemente como Jane Goodall, ha fallecido este 1 de octubre por causas naturales. Su muerte marca el fin de una era para la ciencia y el activismo ambiental. Durante más de seis décadas, su trabajo pionero no solo nos abrió una ventana a la vida íntima de los chimpancés, sino que nos obligó a cuestionar la propia definición de la humanidad.
El día que un chimpancé usó una herramienta
Todo comenzó el 14 de julio de 1960, cuando una joven Goodall, sin más credenciales que una pasión infinita por los animales y el respaldo del paleontólogo Louis Leakey, acampó por primera vez en Gombe, Tanzania. Su misión era hacer algo que nadie había hecho antes: estudiar a los chimpancés salvajes en su propio hábitat, sin jaulas ni barreras.
Sus primeros meses en la selva ya arrojaron observaciones que contradecían los libros de texto, como descubrir que los chimpancés cazaban y comían carne. Pero el descubrimiento que sacudió los cimientos de la antropología llegó poco después. Goodall observó a un chimpancé al que había bautizado David Greybeard tomar una rama, quitarle cuidadosamente las hojas y usarla como una herramienta para «pescar» termitas de un montículo.

Hasta ese momento, la ciencia definía al ser humano como «el fabricante de herramientas». El hallazgo de Goodall era una herejía científica. Su telegrama a Leakey con la noticia recibió una respuesta que pasaría a la historia: «Ahora debemos redefinir ‘herramienta’, redefinir ‘hombre’, o aceptar a los chimpancés como humanos». La frontera que nos separaba del resto del reino animal se había desmoronado.
Una nueva forma de hacer ciencia
La revolución de Goodall no estuvo solo en sus descubrimientos, sino en su método. En una época en que los científicos asignaban números a los animales de estudio para mantener una supuesta «objetividad», ella les dio nombres: David Greybeard, Flo, Fifi, Goliath. Esta decisión, muy criticada al principio, le permitió documentar lo que otros no veían: personalidades distintas, lazos familiares complejos, jerarquías sociales, guerras entre clanes y una rica vida emocional. Demostró que los chimpancés, como nosotros, tenían una cultura.
De científica a ícono global
Tras décadas de investigación en el campo, Goodall emprendió una nueva misión. Consciente de las amenazas que se cernían sobre los chimpancés y sus hábitats, cambió la selva por los aeropuertos y se convirtió en una de las voces más potentes del activismo ambiental a nivel mundial.
En 1977 fundó el Jane Goodall Institute para continuar su trabajo de investigación y conservación, y en 1991 lanzó Roots & Shoots («Raíces y Brotes»), un programa global que hoy inspira a miles de jóvenes en todo el mundo a involucrarse en proyectos para mejorar su comunidad, el medio ambiente y la vida de los animales.
Autora de más de 27 libros y protagonista de innumerables documentales, su figura trascendió la ciencia para convertirse en un faro de esperanza. Fue nombrada Dama del Imperio Británico, Mensajera de la Paz de la ONU y recibió los más altos honores de decenas de países.
Su legado perdura no solo en los centros de investigación que llevan su nombre, sino en el mensaje que defendió hasta el final: la necesidad de respetar todas las formas de vida y, sobre todo, de actuar. Nos enseñó que cada individuo puede marcar la diferencia y que, a pesar de todo, siempre hay razones para tener esperanza.
Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo publicado en SINC
