Descubren en Chubut uno de los últimos dinosaurios carnívoros con un cocodrilo entre sus mandíbulas

En los últimos momentos de la Era de los Dinosaurios, un formidable depredador con garras gigantes patrullaba el sur de la Patagonia. Un equipo de científicos del CONICET acaba de desenterrar en Chubut a uno de los últimos sobrevivientes de su estirpe, un carnívoro de 7 metros. Y lo encontraron con una pista increíble sobre su última comida, fosilizada entre sus mandíbulas.

Un equipo de paleontólogos del CONICET ha descubierto en el centro-sur de la provincia del Chubut una nueva especie de dinosaurio carnívoro que se cuenta entre los últimos de su tipo en habitar la Tierra antes de la gran extinción. El ejemplar, bautizado como Joaquinraptor casali, pertenece al grupo de los megarraptóridos, terópodos conocidos por sus enormes y temibles garras, y su hallazgo no solo aporta información crucial sobre esta familia de depredadores, sino que también revela una fascinante pista sobre su dieta.

El descubrimiento, publicado en la prestigiosa revista Nature Communications, confirma que estos depredadores tope sobrevivieron hasta el final del período Cretácico, hace aproximadamente 66 millones de años. «Seguramente este dinosaurio carnívoro era uno de los predadores tope del ecosistema y representa uno de los miembros del grupo más jóvenes, ya que habría muerto relativamente cerca a la extinción de los dinosaurios», indica Lucio Ibiricu, investigador del CONICET en el Instituto Patagónico de Geología y Paleontología (IPGP, CONICET) y líder del trabajo.

Reconstrucción del esqueleto de Joaquinraptor casali. En color azul se muestran los huesos recuperados (Reconstrucción realizada por T.K. Robinson and Andrew McAfee)

Con un poco más de 7 metros de largo, una tonelada de peso y una edad de al menos 19 años al morir, el Joaquinraptor era una presencia imponente en el paisaje patagónico de fines del Mesozoico.

La última cena: un cocodrilo en el menú

Quizás el aspecto más llamativo y emocionante del hallazgo fue una pieza que no pertenecía al dinosaurio. «Entre las mandíbulas del dinosaurio se encontró el único hueso recuperado en la excavación que no pertenece a Joaquinraptor: un húmero de un crocodiliforme», expresa Ibiricu.

Un investigador sostiene la garra del megarraptor. Foto: Marcelo Luna

Este hueso del brazo de un «cocodrilo» prehistórico, hallado justo en la boca del esqueleto del dinosaurio, es una evidencia directa y excepcional que sugiere que estos reptiles formaban parte de la dieta de los megarraptóridos. La escena, congelada en el tiempo por 66 millones de años, nos permite imaginar a este gigante con garras cazando a los cocodrilos terrestres que compartían su ambiente.

Un esqueleto que cuenta la historia de una familia

Más allá de la anécdota de su posible última cena, la importancia científica del Joaquinraptor radica en lo completo de su esqueleto, uno de los megarraptóridos mejor conservados hasta la fecha. Los huesos fueron encontrados parcialmente articulados, lo que ofrece un tesoro de información anatómica.

«El hecho de haber encontrado un brazo articulado es muy importante porque agrega mucha información a la osteología de este grupo para poder compararlo con otros miembros», explica el especialista. Partes del esqueleto, como el maxilar (hueso de la mandíbula superior), se pudieron recuperar y ahora pueden ser comparadas por primera vez con las de otros megarraptóridos. «Este hallazgo es importante porque agrega mucha información para conocer (…) la historia evolutiva de los Megarraptóridos», finaliza Ibiricu.

El descubrimiento del Joaquinraptor casali, cuyo nombre rinde homenaje al hijo del investigador y al paleontólogo Gabriel Casal, es una nueva ventana a los últimos días del reinado de los dinosaurios en la Patagonia, revelando no solo quiénes eran los depredadores dominantes, sino también cómo vivían y de qué se alimentaban.

Referencia:

Ibiricu, L.M., Lamanna, M.C., Alvarez, B.N. et al. Latest Cretaceous megaraptorid theropod dinosaur sheds light on megaraptoran evolution and palaeobiology. Nat Commun 16, 8298 (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41467-025-63793-5

Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de Santiago Giorgi

Deja un comentario