El caballo domesticado cambió la historia de la humanidad, alterando para siempre la guerra, el comercio y el transporte. Pero, ¿cómo transformaron nuestros ancestros a un animal salvaje en un compañero dócil y montable? Un nuevo y revolucionario estudio de ADN antiguo ha descifrado la «receta» que usaron: un proceso de dos pasos en el que, primero, calmaron su mente y, después, esculpieron su cuerpo.
La domesticación del caballo fue uno de los hitos que definieron el curso de la civilización. Pero el proceso exacto por el cual un animal salvaje y asustadizo se convirtió en un compañero de batalla y trabajo ha sido un misterio durante mucho tiempo. Ahora, un estudio masivo de ADN antiguo, publicado en la revista Science, ilumina este proceso y revela la asombrosa «receta» de ingeniería genética que nuestros antepasados aplicaron hace milenios.
La investigación, liderada por el arqueólogo molecular Ludovic Orlando, analizó el genoma de cientos de restos de caballos de los últimos 7.000 años. Al buscar genes que pasaron de ser raros a comunes, identificaron los rasgos que los humanos seleccionaron deliberadamente. El resultado es una historia en dos actos.
Primer acto: Domar la mente (hace 5.000 años)
El primer paso no fue buscar al caballo más fuerte o más rápido, sino al más tranquilo. Los investigadores encontraron que, hace unos 5.000 años, una versión de un gen llamado ZFPM1 se volvió mucho más común. Aunque su función exacta en caballos es desconocida, en ratones este gen está directamente relacionado con la modulación del comportamiento ansioso.
«Creemos que este es un paso preliminar, donde la gente seleccionó comportamientos que probablemente eran más dóciles», explicó Orlando. «Tiene sentido que selecciones un comportamiento que sea más compatible con el hecho de que estés cerca del animal». Antes de poder montar un caballo, primero tenías que poder acercarte a él sin que saliera corriendo.
Segundo acto: Esculpir el cuerpo (hace 4.700 años)
Una vez que tuvieron caballos con una mente más tranquila, comenzó la segunda fase: dar forma al cuerpo perfecto para la monta. A partir de hace 4.700 años, una variante genética que afecta al gen GSDMC experimentó un auge explosivo, pasando de estar en el 1% de los caballos a ser casi universal en solo unos pocos siglos.
Para averiguar qué hacía este gen, los científicos realizaron un experimento fascinante: insertaron la variante del caballo antiguo en ratones. Los resultados fueron reveladores. Los ratones modificados desarrollaron espaldas más planas y rectas, extremidades anteriores más fuertes y una mejor coordinación motora.
La conclusión es clara: de manera inconsciente, los antiguos criadores estaban seleccionando los rasgos anatómicos que hacían a un caballo no solo capaz de soportar el peso de un jinete, sino también de ser una forma de transporte más ágil y eficaz.
El toque final: la fuerza y la moda
Solo mucho más tarde, hace unos 2.700 años, los genes relacionados con una mayor altura y tamaño corporal comenzaron a ser favorecidos, coincidiendo, como señala el arqueólogo William Taylor, con el auge de la caballería y la guerra montada en el mundo antiguo. El estudio también revela modas pasajeras, como la preferencia por los pelajes castaños y plateados en distintas épocas.
Este trabajo es un testamento a la increíble destreza de aquellos criadores de las estepas al norte del Mar Caspio. Como señala el paleogenetista Laurent Frantz, no bastaba con tener caballos con el potencial genético; se necesitaba un grupo de personas con el interés y la visión para seleccionarlos específicamente para la monta. Sin saber nada de ADN, llevaron a cabo una de las hazañas de bioingeniería más importantes de la historia.
Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de Carolyn Y. Johnson publicado en The Washington Post
