Estamos entrando en la era de los fármacos para adelgazar. Millones de personas acceden a una solución que parecía imposible. Pero mientras la ciencia celebra, los gobiernos enfrentan un dilema histórico: ¿nos conformaremos con medicar la obesidad o nos atreveremos, por fin, a atacar sus causas en un sistema alimentario que nos enferma?
Los fármacos como el Ozempic, Wegovy y Mounjaro han cambiado para siempre la ciencia de la pérdida de peso. Son un avance extraordinario, casi milagroso para muchos, que están ayudando a millones de personas a controlar el azúcar en sangre, reducir el riesgo de infartos y perder un peso que creían imposible de bajar. Pero este avance nos enfrenta a una verdad incómoda: los medicamentos, por sí solos, no nos harán más saludables.
Esta revolución farmacéutica llega justo cuando la ciencia confirma el rol devastador de los alimentos ultraprocesados en la epidemia de obesidad, diabetes y enfermedades cardíacas. Y esto deja a los gobiernos en una encrucijada: ¿usaremos esta nueva herramienta como una muleta para seguir manteniendo un sistema que nos enferma, o como un catalizador para cambiarlo de raíz?
El verdadero «Estado niñera» es la industria alimentaria
Hoy sabemos que los alimentos ultraprocesados (UPF) —esas combinaciones industriales de almidones refinados, azúcares, aditivos y saborizantes— son mucho más que calorías vacías. Alteran nuestra biología: disparan el azúcar en sangre, provocan inflamación y sabotean las señales de saciedad. En países como Estados Unidos y el Reino Unido, ya constituyen más del 60% de la dieta promedio.
Los gobiernos, sin embargo, se muestran paralizados. Temen regular la industria por miedo a ser acusados de querer ser un «Estado niñera» que le dice a la gente qué comer. Pero el verdadero «niñero» no es el gobierno; es la industria de los ultraprocesados. Es el marketing implacable que moldea el paladar de nuestros hijos antes de que aprendan a leer. Son los pasillos del supermercado diseñados para provocar compras impulsivas. Es el entorno que nos mantiene enganchados a productos diseñados no para saciar el hambre, sino para que sigamos comiendo.
Ese es el sistema que, silenciosamente, nos roba la libertad. Porque la verdadera libertad no es elegir entre dos tipos de comida chatarra; es poder subir una montaña sin dolor o simplemente sentirte cómodo en tu propio cuerpo.
Un plan para un cambio real
La obesidad no es una falla de la voluntad individual; es una respuesta predecible a un entorno diseñado para el sobreconsumo. Los nuevos fármacos pueden silenciar el impulso biológico de comer en exceso, pero no pueden cambiar el hecho de que nuestros hijos crecen en un ambiente que los empuja a enfermar.
La era de estos medicamentos debería ser una oportunidad para ir más allá de la simple prescripción. Un plan de acción real incluiría:
- Arreglar el entorno alimentario: Prohibir la publicidad de comida chatarra dirigida a niños. Implementar etiquetados frontales claros y obligatorios, como lo hizo Chile con un éxito rotundo. Gravar los peores productos y usar esa recaudación para abaratar los alimentos saludables.
- Invertir en prevención, empezando por los chicos: Enseñar a cocinar en todas las escuelas. Construir huertas. Hacer que la actividad física diaria sea tan rutinaria como la matemática. Japón, uno de los países con las tasas de obesidad más bajas, integra la educación alimentaria en su currícula nacional, y funciona.
- Integrar los fármacos en una estrategia amplia: Las inyecciones no deberían ser un pase libre para la industria alimentaria. Deben venir acompañadas de apoyo nutricional, terapia y un plan a largo plazo para construir hábitos más saludables.
Los nuevos fármacos son, sin duda, uno de los avances médicos más importantes del último medio siglo y salvarán millones de vidas. Pero no crearán una cultura de la salud. La pregunta que enfrentamos como sociedad es si queremos un futuro donde la obesidad se gestione con inyecciones semanales, o si queremos construir un mundo donde menos gente necesite esos medicamentos en primer lugar.
Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de William Warr publicado en Time
