Es una pregunta que todos nos hicimos alguna vez, casi en un susurro: ¿sienten dolor las plantas? La ciencia tiene una respuesta corta y tranquilizadora, pero detrás de ese «no» se esconde un universo fascinante de sensaciones, reacciones y una forma de comunicación que apenas empezamos a comprender.
Al podar un rosal, cosechar una lechuga o arrancar una flor, es casi inevitable sentir una punzada de duda: ¿le estaré haciendo daño? La respuesta corta y directa de la ciencia es un rotundo no. Las plantas no sienten dolor de la misma manera que los animales.
Como explica la Enciclopedia Britannica, para sentir dolor se necesita un cerebro, nervios y receptores de dolor, y el mundo vegetal carece de este sistema. Así que podés morder una manzana con la conciencia tranquila: no siente absolutamente nada. Sin embargo, que no sientan dolor no significa que no sientan. Y ahí es donde la historia se pone realmente interesante.

Fotografía de Leah Nash
No es dolor, es estrés
Las plantas son seres increíblemente sensibles, con sistemas complejos diseñados para reaccionar a su entorno. Poseen, a su manera, una variedad de sensaciones. Algunas son evidentes y espectaculares, como la dionea atrapamoscas, que cierra su trampa en medio segundo para capturar un insecto, o la mimosa sensitiva, que pliega sus hojas al más mínimo roce para ahuyentar a los herbívoros.
Pero la mayoría de sus «sensaciones» son más sutiles y se traducen en una palabra clave: estrés. «Las plantas están constantemente sometidas a estrés ambiental», explica el Dr. Kim Johnson, de la Universidad de Melbourne. «Si una planta se ve constantemente azotada por fuertes vientos, cambia de forma para resistir mejor; si las raíces encuentran una roca, crecen a su alrededor». Su «piel», la epidermis, está llena de sensores que captan estas tensiones.

Fotografía de AXEL SCHMITT
El ADN de una caricia
La reacción al estrés no es solo física, sino también genética. Investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia, quisieron entender por qué las plantas responden con tanta fuerza a los estímulos mecánicos, como el simple tacto.
En un experimento, expusieron a una planta (Arabidopsis thaliana) a un suave cepillado en sus hojas. La reacción fue asombrosa: se activaron miles de genes y se liberaron hormonas de estrés, como el ácido jasmónico. «Estos factores externos provocan la rápida activación del sistema de defensa molecular de la planta, lo que, a su vez, puede contribuir a que se vuelvan más resistentes», indica Olivier Van Aken, líder de la investigación.
Su equipo logró identificar tres nuevas proteínas que son fundamentales en esta respuesta al tacto. Este descubrimiento, que ya se está probando en cultivos de cereales en Japón, podría ser clave para desarrollar en el futuro plantas más resistentes a las sequías, al viento o a otras condiciones adversas.
Así que no, las plantas no sufren. Pero sí perciben el mundo, reaccionan a él y se defienden. Su evolución, como concluye Britannica, no ha sido moldeada por el sufrimiento, sino por la simple y silenciosa lucha entre la vida y la muerte.

Fotografía de Budak CC BY-NC 4.0
Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo publicado en National Geographic
