Aunque el primer tumor maligno data de hace más de 18 000 años, el cáncer se ha convertido hoy en la segunda causa de muerte mundial. Desde su nombre hipocrático—«cangrejo»—hasta las complejas clasificaciones modernas, esta enfermedad encarna una batalla evolutiva y social que sigue exigiendo innovación científica y conciencia colectiva
El cáncer no es un concepto moderno: la evidencia más antigua proviene de un tumor óseo hallado en una momia egipcia —hace unos 16 000 años a. e. c.—. Sin embargo, su incidencia se disparó en el siglo XX, convirtiéndose en la segunda causa de muerte a nivel global, sólo detrás de las enfermedades cardiovasculares. En 2020, se registraron 19,3 millones de casos nuevos y 10 millones de muertes, siendo los más frecuentes los de mama, pulmón y colorrectal.
En España, ese mismo año se diagnosticaron 276 000 casos y fallecieron 113 000 personas. Además, la edad media de diagnóstico desciende paulatinamente, lo que explica la creciente inversión en investigación oncológica.
En 1978, la escritora Susan Sontag analizó en La enfermedad y sus metáforas cómo el cáncer acarreaba «muerte segura, castigo, misterio y sufrimiento moral». A diferencia de la tuberculosis, asociada a un romanticismo literario, el cáncer se cargaba de culpa y secreto: «a menudo se ocultaba la condición», apuntaba Sontag. Con el tiempo, el estigma ha cedido, pero persiste el temor y en ciertos casos —como el cáncer de mama— se advierte ahora una banalización excesiva de la palabra «superviviente».
De «karkinos» al siglo XXI
El término «cáncer» deriva del latín cancer, adaptación del griego karkinos (cangrejo). Hipócrates lo eligió quizás por la forma de algunos tumores rodeados de venas hinchadas —como patas de cangrejo— o por su agresividad obstinada.
Hoy definimos el cáncer, según el Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU., como «una enfermedad en la cual algunas células crecen de modo incontrolado y se extienden a otras partes del cuerpo». Sin embargo, los nuevos avances proponen matizarla: «proliferación incontrolada de células transformadas, sujetas a evolución por selección natural», incorporando su base mutacional y dinámica evolutiva.

¿Cómo clasificar un enemigo proteico?
Clasificar los tumores resulta complejo. Históricamente se ha hecho según:
- Órgano de origen: mama, pulmón, colon…
- Tipo de tejido: carcinomas (epitelial), sarcomas (conectivo), linfomas (inmunitario)…
A esas categorías se suman los marcadores biológicos—receptores hormonales o de crecimiento, mutaciones específicas—que guían tratamientos dirigidos. Por ejemplo, un 10–15 % de los cánceres gástricos —al igual que muchos de mama— expresan el receptor HER2, convirtiéndose en dianas de fármacos similares.
Esta superposición da lugar a un mosaico de enfermedades dentro de un mismo nombre, porque cada tumor puede variar en agresividad, ritmo de crecimiento, capacidad metastásica y respuesta terapéutica.

Una sola palabra, millones de historias
El cáncer ataca desde cualquier esquina del cuerpo, en personas de todas las edades y contextos. Su diversidad biológica y su huella social exigen un doble esfuerzo:
- Técnico, para descifrar mutaciones, microambientes tumorales y retos de la resistencia.
- Cultural, para derribar estigmas, humanizar al paciente y galvanizar el apoyo comunitario.
Hoy sabemos más que nunca: entendemos los mecanismos genéticos de la transformación celular; hemos desarrollado inmunoterapias que despiertan al propio sistema inmune; y contamos con detección precoz que salva miles de vidas. Pero el cáncer sigue cobrando 10 millones de muertes anuales, recordándonos que las incógnitas científicas van de la mano de los desafíos éticos, sociales y económicos.
Claves para el futuro
- Prevención y detección temprana. Reducir riesgos ambientales y estilos de vida, sumar cribados accesibles.
- Medicina de precisión. Adaptar tratamientos a perfiles genómicos y moleculares.
- Investigación evolutiva. Entender al tumor como un ecosistema en constante cambio.
- Apoyo integral. Acompañar al paciente y su familia, combatir estigmas y desigualdades.
El cáncer seguirá siendo un «cangrejo» multiforme, pero la confluencia de ciencia y solidaridad puede transformar este antiguo adversario en un reto cada vez más controlable.
Por Daniel Ventuñuk
En base al artículo de Jo Adetunji publicado en The Conversation
