Un día como hoy, el 24 de febrero de 1582, el Papa Gregorio XIII presentó un nuevo calendario que revolucionó la forma en que medimos el tiempo. ¿Cómo surgió y por qué sigue siendo relevante?
Un cambio necesario para corregir el tiempo
El calendario que utilizamos hoy en día, conocido como calendario gregoriano, nació como respuesta a un problema que llevaba siglos acumulándose. El calendario juliano, instaurado por Julio César en el 46 a.C., tenía una pequeña pero significativa inexactitud: un desfase anual de 11 minutos y 15 segundos. Aunque parezca insignificante, esta diferencia provocaba la pérdida de tres días cada cuatro siglos, lo que alteraba la sincronización entre el calendario y las estaciones del año.
Para solucionarlo, el Papa Gregorio XIII emitió la bula Inter gravissimas el 24 de febrero de 1582, estableciendo un nuevo sistema. Este cambio implicó eliminar 10 días del calendario para rectificar el error acumulado. Así, el 4 de octubre de 1582 fue seguido inmediatamente por el 15 de octubre, saltando los días intermedios. Este ajuste marcó el inicio del calendario gregoriano, diseñado para mantener alineado el tiempo con los ciclos astronómicos.
¿Por qué era urgente cambiar el calendario?
El calendario juliano, aunque avanzado para su época, no lograba reflejar con precisión el año trópico, es decir, el tiempo que tarda la Tierra en completar una órbita alrededor del Sol (aproximadamente 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos). Esta discrepancia provocaba que las fechas de las estaciones se desplazaran lentamente con el paso de los siglos, afectando actividades como la agricultura y las festividades religiosas.
El calendario gregoriano introdujo una corrección clave: eliminó tres años bisiestos cada 400 años. Según esta regla, los años divisibles por 100 no son bisiestos, a menos que también sean divisibles por 400. Por ejemplo, el año 1900 no fue bisiesto, pero el 2000 sí lo fue. Este ajuste redujo significativamente el desfase anual, dejándolo en apenas 26 segundos por año, un margen prácticamente imperceptible.
La resistencia al cambio
A pesar de su precisión, la adopción del calendario gregoriano no fue inmediata ni universal. Algunos países protestantes temían que este cambio fuera una maniobra de la Iglesia Católica para imponer su influencia. Por ejemplo, Gran Bretaña y sus colonias no adoptaron el calendario hasta 1752, cuando eliminaron 11 días para alinearse con el resto de Europa.
Otros países tardaron aún más. En el siglo XX, naciones como China, la Unión Soviética, Grecia y finalmente Turquía (en 1926) incorporaron el calendario gregoriano. Sin embargo, algunas iglesias ortodoxas aún utilizan el calendario juliano para determinar las fechas de sus festividades religiosas, como la Pascua, lo que explica por qué estas celebraciones a menudo caen en días diferentes según la tradición.
El misterio de los años bisiestos
Una de las características más curiosas del calendario gregoriano es la existencia de los años bisiestos, aquellos que tienen 366 días en lugar de 365. Estos años ocurren aproximadamente cada cuatro años y sirven para ajustar el desfase entre el año cronológico y el año trópico.
El origen de los años bisiestos se remonta al calendario juliano, cuando el astrónomo Sosígenes descubrió que un año no duraba exactamente 365 días, sino 365 días y 6 horas. Para compensar este excedente, se decidió añadir un día extra al mes de febrero cada cuatro años.

El nombre «bisiesto» proviene del latín «bis sextus dies ante calendas martias«, que significa «segundo día sexto antes de las calendas de marzo». Este término hace referencia al lugar que ocupaba el día adicional en el antiguo calendario romano.
El legado del calendario gregoriano
Hoy en día, el calendario gregoriano es utilizado en casi todo el mundo, convirtiéndose en el estándar global para la organización del tiempo. Su precisión y adaptabilidad han permitido que siga siendo relevante durante más de cuatro siglos, superando cambios políticos, culturales y científicos.
Sin embargo, la coexistencia con otros sistemas, como el calendario juliano en algunas tradiciones religiosas, nos recuerda que el tiempo no es solo una cuestión matemática, sino también cultural. Como concluyen muchos historiadores, «el tiempo es una construcción humana, y su medición refleja nuestras prioridades y creencias».
Por Daniel Ventuñuk
