La fiebre del Valle, una enfermedad fúngica mortal, encuentra en el cambio climático un aliado que favorece su propagación y gravedad
El aumento de temperaturas y las condiciones climáticas extremas han intensificado la amenaza de la fiebre del Valle, una infección causada por el hongo Coccidioides que prospera en suelos secos y cálidos. Mientras los casos aumentan y el hongo amplía su distribución geográfica, historias como las de Marc Evans y Brynn Carrigan revelan la gravedad de esta enfermedad y la urgencia de actuar.
Una experiencia aterradora
En 2021, Marc Evans, un abogado jubilado de Seattle, se mudó a Phoenix, Arizona, sin imaginar que su nueva vida traería consigo una amenaza invisible. Mientras trabajaba en el jardín, removiendo tierra para plantar tomates, esporas del hongo Coccidioides ingresaron en sus pulmones. Lo que comenzó como una aparente gripe se transformó rápidamente en una lucha por su vida.
Evans, quien ya enfrentaba problemas de salud previos, como diabetes y antecedentes de ataques cardíacos, empezó a sufrir falta de aire y visiones inquietantes. Su esposa, Arlene, lo llevó al hospital, donde le diagnosticaron fiebre del Valle. Los médicos encontraron una mancha opaca del tamaño de una pelota de béisbol en su pulmón izquierdo y signos de meningitis. Aunque fue dado de alta tras un tratamiento con antimicóticos, poco después sus órganos colapsaron debido al estrés de la infección. Evans sobrevivió gracias a un equipo médico que trabajó intensamente, pero su corazón quedó permanentemente dañado. Hoy, con un dispositivo mecánico implantado, reflexiona: «No ignoren los síntomas. Esta enfermedad es una pendiente resbaladiza».

M. Wadman/ Science
El vínculo con el cambio climático
Los casos de fiebre del Valle han pasado de 2.800 anuales a principios de siglo a más de 20.000 en 2023, con al menos 200 muertes al año en Estados Unidos. Arizona y California concentran el 97% de los casos, pero el hongo se está extendiendo a regiones antes libres de esta amenaza. Mitsuru Toda, epidemiólogo del CDC, explica que la expansión geográfica de Coccidioides está directamente relacionada con el calentamiento global: «El oeste de Estados Unidos se está volviendo más cálido, seco y propenso a fenómenos extremos, lo que favorece al hongo».
El Coccidioides se activa tras periodos de sequía seguidos de lluvias intensas, condiciones que el cambio climático exacerba. Estudios de modelado predicen que, para 2100, el hongo podría colonizar casi todo el oeste del país, con un aumento del 50% en los casos.
Las madrigueras de roedores, un aliado inesperado
Jennifer Head, modeladora de enfermedades infecciosas de la Universidad de Michigan, lidera investigaciones en Bakersfield, California, donde el hongo tiene su mayor incidencia. Armados con drones, su equipo analiza aire y suelo para comprender cómo se propaga Coccidioides. Las madrigueras de roedores han demostrado ser un reservorio clave. Estas albergan esporas, que son dispersadas por el viento o incluso transportadas por los propios animales. «Los roedores pueden estar llevando las esporas a nuevas ubicaciones, especialmente tras migraciones motivadas por cambios climáticos», señala Head.
El vínculo entre las poblaciones de roedores y la fiebre del Valle se remonta a la hipótesis de 1942, que sugería que los roedores son huéspedes primarios del hongo. Estudios recientes respaldan esta idea, mostrando que los nutrientes derivados de excrementos, piel y cadáveres de roedores podrían alimentar el crecimiento de Coccidioides. Para Head, comprender este vínculo es crucial: «Si los roedores migran con el cambio climático, podrían introducir el hongo en nuevas áreas».

M. Wadman/ Science
La dificultad del diagnóstico
Brynn Carrigan, directora de Salud Pública del Condado de Kern, es otro ejemplo de las consecuencias devastadoras de la fiebre del Valle. En 2024, mientras entrenaba para un maratón, desarrolló síntomas que inicialmente fueron diagnosticados como deshidratación y dolores de cabeza tensionales. Solo tras una punción lumbar se descubrió que tenía meningitis por Coccidioides. Su recuperación incluyó meses de tratamiento con fluconazol, un antimicótico cuyos efectos secundarios afectaron su calidad de vida.
El retraso promedio en el diagnóstico de esta enfermedad es de 38 días, tiempo durante el cual el hongo puede diseminarse, causando daños irreversibles. Carlos D’Assumpcao, médico del Valley Fever Institute, advierte: «Estamos viendo más casos que nunca, y el tiempo perdido en diagnosticarla tiene un alto costo».
Innovaciones para el futuro
Frente a la creciente amenaza, investigadores trabajan en soluciones preventivas. Equipos de la Universidad de Arizona y la Universidad de Washington están desarrollando vacunas experimentales, incluidas versiones basadas en ARN mensajero. Estas vacunas buscan proteger a humanos y animales en áreas de alto riesgo.
Además, el uso de drones para recolectar muestras de aire y analizar la presencia de esporas está revolucionando la forma en que se monitorea el hongo. James Markwiese, microbiólogo de la EPA, lidera estos esfuerzos: «Todo lo que encontremos ayudará a prevenir infecciones futuras».
Un llamado a la acción
La fiebre del Valle es un recordatorio del impacto del cambio climático en la salud pública. Mientras las temperaturas globales siguen aumentando, expertos instan a las comunidades en riesgo a tomar precauciones: evitar la exposición al polvo, especialmente en áreas con madrigueras de roedores, y exigir políticas de salud pública que prioricen el monitoreo y la educación sobre esta enfermedad.
Marc Evans y Brynn Carrigan son solo dos de las miles de personas afectadas por esta infección devastadora. Sus historias subrayan la necesidad de una acción urgente para enfrentar un desafío que, a medida que cambia el clima, solo crecerá en magnitud.
Autor: Daniel Ventuñuk
En base al artículo de Meredith Wadman en Science
